2.24. Testigo importante

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Pardo ha puesto todos sus amores en la avenida de Miraflores a la Magdalena. Por él se la cuida, por él se la acicala, por él se la aguarda. Y por él se la llama la avenida Pardo.
         Las gentes tienen cierta reverencia cuando transitan por esta avenida. En ella son discretas las voces, parcos los ruidos y callados los pasos. En ella todo es sedación y bienestar. Hasta los rumores del mar cercano llegan suaves y respetuosos.
         Nosotros también amamos a esta avenida. También hemos paseado en ella. Y también hemos sentido orgullo de conocerla y de quererla. Muchas veces un automóvil nos ha llevado y nos ha traído a lo largo de ella. Nosotros hemos pensado en el señor Pardo entre el mar y la pradería. Y sin intención, únicamente porque no distinguimos una carretera de un camino de herradura, hemos preguntado:
         —¿Este es un camino real?
         Y nos han respondido con una respuesta que para nosotros ha tenido el sabor de una confirmación:
         —¡Es la avenida Pardo!
         Ayer hemos ido a la avenida Pardo. Pero no hemos ido para ver el mar, ni para ver al señor Pardo, ni para sentirnos en su avenida. Hemos ido para atisbar un duelo. Un duelo es siempre un espectáculo emocionante. Un duelo es siempre un espectáculo terrible. Nada importa que se realice a treinta pasos.
         Sentados sobre una tapia asistimos a los aprestos de los duelistas y de sus padrinos en el campo del honor, que era a nuestros ojos únicamente un retazo de pradera al lado del mar. Y porque estimamos mucho a los dos duelistas, al señor Secada y al señor Durand, nos sentimos un poco consternados. Y ni el paisaje, con ser este paisaje, ni la avenida, con ser la Avenida Pardo, nos confortaban y nos daban la calma y la quietud.
         Repentinamente sentimos en la avenida el ruido de un automóvil. Nos volvimos pensando que era el intendente. Mas no era el intendente. Era el señor Pardo que paseaba en su avenida amada y predilecta.
         El señor Pardo se detuvo. Atisbó como nosotros el duelo. Estuvo tentado de subirse sobre una tapia. Estuvo tentado también de repetir las voces del combate. Pero su prudencia prevaleció. Y fue solo un testigo callado del duelo.
         Terminó el duelo y el señor Pardo siguió su camino.
         El duelo del señor Secada y del señor Durand ha sido, pues, un duelo sensacional y solemne. Como las grandes fiestas y como las grandes actuaciones, ha tenido la asistencia presidencial. Solo que la ha tenido sin el cortejo de la escolta y sin los acordes de la marcha de banderas.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 24 de diciembre de 1916. ↩︎