5.15. Ayer, hoy, mañana… - En atrenzo heroico

  • José Carlos Mariátegui

Ayer, hoy, mañana…1  

         Hoy estamos como ayer. ¿Cómo estaríamos ayer? Mañana estaremos como hoy. ¿Cómo estaremos mañana?
         No lo sabemos nosotros. No lo saben los demás. No lo sabe tal vez nadie.
         ¿Lo sabrá el señor Pardo?
         Hemos amanecido inquietos, agitados, nerviosos. Y nos hemos encontrado en esta casa dormidos sobre la máquina de escribir, fiel, amantísima, niquelada y norteamericana, colaboradora y amiga nuestra.
         Nos hemos puesto de pie. Nos hemos aliñado. Nos hemos mirado en un espejo. Y hemos ido a unirnos con todas las gentes que están en la antesala del señor Pardo, desde hace veinte días, en espera de que el señor Pardo salga a decirles su determinación.
         Y al entrar hemos saludado cristianamente:
         —Ave María Purísima…
         Hemos saludado así, llenos de religiosidad, de unción y de humildad, para que no se nos creyese irreverentes e irrespetuosos. Pero no se nos ha respondido.
         Aquí, en la antesala del señor Pardo, hemos encontrado a toda la ciudad. Porque, como ya hemos dicho, el señor Pardo, igual que un magnate en día de audiencia, tiene a toda la ciudad en antesala. Y la ciudad no sabe qué día ni a qué hora va a salir el señor Pardo de su cámara para anunciarle si habrá congreso o si habrá prórroga del presupuesto.
         Hay quienes nos afirman:
         —Ya el señor Pardo ha tomado su resolución. Mejor dicho, ya la ha ratificado. Prorrogará con un decreto el presupuesto.
         Nosotros preguntamos:
         —Entonces, ¿por qué no sale a decirlo a estas gentes que esperan llenas de ansiedad, de inquietud y de incertidumbre?
         Y hay quienes nos replican:
         —¡Cómo va a salir el señor Pardo a decirles a las gentes su determinación! ¡Saldrá a decírsela un edecán! ¡Saldrá a decírsela un amanuense! ¡Saldrá a decírsela un ujier! ¡Que aguarden las gentes mientras tanto!
         Pero hay también quienes nos afirman:
         —El señor Pardo convocará a congreso extraordinario. Pero no convocará ahora mismo. ¡No! ¡Sería una vulgaridad y una complacencia! ¡Convocará dentro de un mes! ¡Convocará para Pascua de Navidad! Nos dará la convocatoria como nos daría Papá Noel un juguete si fuésemos chicos.
         Y nosotros interrogamos:
         —¿No seremos nosotros también chicos? Para que nos contesten:
         —¡Esperemos entonces la Pascua! ¡Y esperaremos que con ella nos llegue una pelota, un diábolo o una bicicleta!
         Y el señor Balbuena, que anda por ahí como un fantasma y que ha oído esto, nos interrumpe a todos y habla así.
         —¡Sí, señores! ¡Esperemos la Pascua! ¡Estoy organizando un Árbol de Navidad! Mis hijos van a regalar con dulces y juguetes a todos los niños modestos de Lima a quienes quieren como a hermanos. ¡Yo les he enseñado a amar a las gentes humildes y he encendido en sus corazones el sentimiento de la democracia y de la fraternidad!
         Le interrumpimos:
         —¿Este Árbol de Navidad va a ser otro propagandista de su candidatura? Y el señor Balbuena nos responde iluminado:
         —¡Por supuesto! Y no hay forma de que mis competidores me imiten y me plagien ¡Soy el único candidato de niños! Mis cuatro hijas mujeres visitarán los hospicios de niñas. ¡Ningún otro candidato tiene más hijos que yo! ¡Riva Agüero y La Jara son solteros! ¡Riva Agüero y La Jara están derrotados! ¡No hay cuestión!
         Y el señor Balbuena se marcha iluminado, radiante, jubiloso.
         Le preguntamos a gritos a punto en que se aleja:
         —¿Hay o no hay convocatoria?
         Y turbamos toda su alegría, toda su exaltación y todo su regocijo:
         —¡Por el amor de Dios! ¡Yo no sé nada de eso! ¡Si hay congreso, me incorporo! ¡Y nada más!

En atrenzo heroico  

         Aquí pasa la minoría de la cámara de diputados. Cedámosle la acera. Quitémonos el sombrero. Sintámonos genuflexos y tímidos. Pasa por la calle vulgar, ruidosa e indiscreta, un grupo prócer.
         Ese que va a la cabeza es el señor Torres Balcázar. Saludadle. Aquí donde le veis, risueño, colorado y redondo, es un gran paladín. Ese otro, plácido y nervioso, es el señor Químper. Ese otro, magrillo y esbelto, es el señor Secada. Ese otro, pequeño y gallardo, es el señor Borda. Ese otro es el señor Escardó y Salazar. Ese otro es el señor Borda. Ese otro es el señor Ruiz Bravo. Ese otro es el señor Pacheco Benavides. Todos esos otros son también diputados famosos y de noble recuerdo en la historia parlamentaria del Perú.
         Pasa toda la minoría de la Cámara de Diputados. Pasa altiva. Pasa arrogante. Pasa victoriosa. Pasa unida y solidaria. Pasa agarrada de las manos.
         —¿A dónde va la minoría de la Cámara de Diputados? ¿Va al Palacio Legislativo? ¿Va al Palacio de Gobierno? ¿Va a la casa del señor Manzanilla? ¿Va a El Tiempo?
         —No va a ninguna parte. Ha salido toda junta para que la miren las gentes y para que sepan las gentes que está muy firme, muy decidida, muy mancomunada.
         —¿Y va a pasar también bajo los balcones de Palacio?
         —No. Bajo los balcones de Palacio no pasa nunca la minoría de la Cámara de Diputados.
         Y se abren todas las ventanas y todos los balcones. Y a todas las ventanas y a todos los balcones se asoman varones curiosos y damas bonitas. Y parece que van a soñar.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de noviembre de 1916. ↩︎