4.3. Interrogaciones

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Mica está dormida. No se le siente. No se le ve siquiera. Duerme a pierna suelta. Duerme con sueño de narcótico. Y es tan discreta que no ronca. Solo que como la política es sonámbula, hay que temer que de repente se ponga de pie y haga alguna travesura. Y que luego torne a su lecho y siga durmiendo. Porque es evidente que la política es sonámbula. Y que tiene aguzado y perfecto el sexto sentido. Nosotros la hemos visto alguna vez en la noche pasar junto a nosotros con bata de dormir y alumbrándose con un candil.
         Y este sueño de la política molesta a las gentes. Y nos indigna a nosotros que necesitamos que la política se agite, haga ruido y fomente escándalo. Y exaspera al chisme callejero que no encuentra tema.
         Las gentes hablan de esta suerte:
         —¿Qué pasa?
         —No pasa nada.
         —¿Qué piensa el señor Pardo?
         —El señor Pardo no piensa nada.
         —¿Qué piensa entonces el señor Concha?
         —Piensa que es muy plácida y dulce la primavera. El señor Concha en otros tiempos ha sido estudiante, ha presidido el Centro Universitario, ha celebrado la fiesta de la primavera y ha salido a la calle con escarapela.
         —¿Y qué piensa el señor Prado y Ugarteche?
         —El señor Prado y Ugarteche continúa en Chosica.
         —¿Y qué hacen los civilistas?
         —Los civilistas ponen los ojos alternativamente en el señor Prado, en el señor Pardo y en el señor Leguía.
         —Poner los ojos en el señor Leguía es ponerlos en Londres.
         —Efectivamente.
         De esta vaguedad, de esta incertidumbre, de esta indecisión, de esta incoherencia, de esta imprecisión no salen los comentarios de las gentes. Las gentes ansían que haya algazara, que haya intriga, que haya emoción. Y se mortifican porque no hay algazara, ni intriga, ni emoción.
         Nosotros, más curiosos que las demás gentes, porque satisfacemos ajenas curiosidades, también hemos salido a las calles en demanda de novedades.
         Y hemos preguntado:
         —¿Qué pasa?
         Y entonces nos han respondido:
         —Hay una huelga de telegrafistas. El telégrafo de la República ha enmudecido. La nación está incomunicada.
         Y nosotros hemos preguntado:
         —¿Luego el señor Manuel Bernardino Pérez no puede comunicarse con Pataz?
         Y nos han respondido:
         —El señor Manuel Bernardino Pérez no puede comunicarse con Pataz.
         Y a nosotros nos ha parecido una injusticia muy grande que el Sr. Pérez que ama tanto a Pataz no pueda comunicarse con esa provincia. Privar a un candidato que se comunique con la provincia amada es tan grave como privar a un enamorado que se comunique con la señora de sus pensamientos. Y, por eso, nos parece muy grave y cruel que se incomunique al señor Pérez.
         Apenas hemos sabido que no hay comunicación telegráfica, que Lima está aislada, que los telegrafistas de las provincias se mueren de risa oyendo vibrar con pertinacia sus aparatos abandonados, nuestros pensamientos han volado a contemplar la situación del señor Pérez. No podía ser de otra manera.
         Pero toda esta huelga, toda esta incomunicación, toda esta rebeldía no nos sirven para saber algo de la política, aunque el coronel Zapata diga que esa huelga, esa incomunicación y esa rebeldía son subversivas y requieren la aplicación del Código Militar. Y, lo que es peor, nos privan de noticias y nos aíslan más todavía. Y hacen que las preguntas sigan siendo las mismas:
         —¿Qué pasa? ¿Qué se dice? ¿Qué se prevé?


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 3 de octubre de 1916. ↩︎