4.28. Ánimos compungidos

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los dos últimos días han sido días de compunción y de tristeza unánimes. Y no ha habido solo en ellos la compunción y la tristeza de los espíritus afligidos por el recuerdo del señor Billinghurst. Ha habido también la compunción y la tristeza de varios hombres esclarecidos que aspiran a las representaciones de Lima.
         La declaratoria de cuatro vacantes era esperada con avidez y vehemencia por esos hombres esclarecidos. Representaba una promesa de éxito para todas las candidaturas. Y libraba sobre todo a los candidatos de exhibirse en pugna con las pretensiones ajenas. El señor Balbuena daba una prueba de esto. Nosotros le habíamos preguntado:
         ¿Usted es candidato en oposición al señor Miró Quesada?
         Y el señor Balbuena nos había respondido:
         —¡No, por Dios! ¡Yo soy amigo y admirador del señor Miró Quesada!
         Nosotros le habíamos preguntado entonces:
         —¿Usted es candidato en oposición al señor Riva Agüero?
         Y el señor Balbuena nos había respondido:
         —¡No, por Dios! ¡Yo soy amigo y admirador del señor Riva Agüero!
         Nosotros tornábamos a preguntarle:
         —¿Usted es candidato en oposición al señor La Jara y Ureta? ¿Usted es candidato en oposición al señor Torres Balcázar? ¿Usted es candidato en oposición al señor Pérez Palacio?
         Y el señor Balbuena había protestado enseguida con más energía y énfasis:
         —¡Perdón, señores periodistas! ¡Mi candidatura no es adversaria de ninguna! ¡Mi candidatura es independiente y autónoma pero no amenaza a ninguna otra candidatura coexistente!
         En la misma condición se encontraban las demás candidaturas. Ninguna candidatura era adversaria de otra. Todas eran muy amigas. Todas se sonreían las unas a las otras. Todas se guiñaban un ojo. Todas hablaban de la libertad electoral, de la democracia y del amor al pueblo, a la justicia, al ideal.
         El voto del miércoles de la Cámara de Diputados ha trastornado por completo esta situación. La desaparición de las cuatro vacantes ha destruido la fraternidad de las candidaturas. Cada una de ellas es desde ahora adversaria de todas las demás. El señor Balbuena es, aunque se esfuerce por negarlo, adversario del señor Riva Agüero, del señor Miró Quesada, del señor La Jara y Ureta, del señor Torres Balcázar, del señor Pérez Palacio, de todos los otros pretendientes. La fórmula futurista formada por los nombres del señor Riva Agüero y del señor La Jara y Ureta es enemiga de todas las candidaturas restantes. Una situación de lucha sustituye a la anterior situación de cordialidad y armonía.
         A quienes más ha compungido el acuerdo de la Cámara de Diputados ha sido a los futuristas. Los futuristas consideraban asegurado el triunfo de sus dos ilustres candidatos. Se refocilaban celebrándolo y festejándolo con imprudente anticipación. La reducción de las vacantes al mezquino y abominable número de dos les ha desconcertado, les ha afligido, les ha acongojado, les ha exasperado. Para ellos habrían sido de duelo los dos últimos días aun en el caso de que el gobierno no hubiera ordenado el duelo nacional.
         Ya quien más desconcierta, aflige, acongoja y exaspera la insólita resolución de la Cámara de Diputados es al señor don José de la Riva Agüero. El señor Riva Agüero aspiraba a que su candidatura fuera definitiva, indiscutible, suprema. Y esta aspiración suya cabía dentro de las cuatro vacantes. Reducidas las vacantes, la candidatura del señor Riva Agüero no puede ya ser, ni a sus ojos siquiera, definitiva, indiscutible ni suprema. Es por el contrario la candidatura que más se tambalea. Los empleados públicos, soliviantados rencorosamente por la parte que le ha correspondido al señor Riva Agüero en el empeño de mantener su contribución de hambre, amenazan a la candidatura del señor Riva Agüero procaz y violentamente.
         El primero en llorar el desolador acuerdo de la Cámara fue el señor La Jara y Ureta, bienamado por todas las gentes intelectuales de esta tierra y amigo del señor Riva Agüero. El señor La Jara y Ureta aguardaba en una galería de la cámara la votación ansiada. Y cuando la votación se produjo, el señor La Jara y Ureta sintió la misma angustia que habría sentido si la farola le hubiera amenazado con aplastarle. Desolado y sonámbulo dejó la galería de la Cámara. Bajó tristemente las hostiles gradas de mármol. Y en el salón de los pasos perdidos se echó en brazos del señor Maúrtua que salía también de la Cámara.
         El señor Maúrtua tuvo entonces una frase muy consoladora y muy tierna para el señor La Jara y Ureta:
         —¡Tranquilícese, La Jara! ¡Usted será siempre diputado! ¡Lo elegiremos en plebiscito nacional todos los hombres elocuentes del país!
         Y respondió así el señor La Jara y Ureta:
         —Mi aflicción no es egoísta, doctor Maúrtua. Yo no me aflijo por mi candidatura. ¡Yo me aflijo por la candidatura de Riva Agüero!


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 28 de octubre de 1916. ↩︎