4.15. Glosa y apostillas

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Los periodistas que hacen una plácida religión de su ociosidad y de su humorismo, ponen siempre a las sesiones de la Cámara de Diputados, desde el rincón de la sala que les sirve de tribuna, muy risueñas y juguetonas apostillas. Es la suya una glosa arbitraria, traviesa, osada, ágil y audaz. Las cosas, los hombres y los debates de la Cámara de Diputados tienen en ella ponderación o crítica. Y semeja una discusión puesta al margen de las discusiones de la Cámara. Una discusión sin taquígrafos, sin presidencia, sin reglamento, sin barra. Y sin diario de debates.
         Pertinaz y retozón es el empeño de los periodistas de hacer definiciones. Definen a los hombres de la Cámara y definen a las cosas de la Cámara. Nosotros, violando el secreto de estas glosas, hemos copiado algunas definiciones interesantes. Las definiciones de los discursos son estas:
         —Los discursos del señor Criado y Tejada son siempre abstractos, sombríos y gobiernistas. Amparan un concepto feudalista y déspota de la administración pública. Sostienen el principio de autoridad. Y denotan aptitud latente, aunque olvidada, de su señoría para el ministerio de gobierno.
         —Los discursos del Sr. Fuentes son indefinibles, brunos y anubarrados. Los inspira el ideal metafísico tamizado por un espíritu de prefecto de Loreto, de catedrático de la Universidad y de poeta cacerista.
         —Los discursos del señor Torres Balcázar son tendenciosos, rotundos y determinativos. Rebotan como una pelota y hieren sorpresivamente. Tienen anverso y reverso como las medallas. En el anverso está la cara solemne de su señoría cuando vibra de emoción en un discurso y en el reverso está la cara burlona de su señoría cuando se sonríe después de la emoción del discurso.
         —Los discursos del señor Maúrtua son científicos, concisos y analizadores. Involucran los más altos ideales administrativos y políticos en la crítica de nuestros procedimientos criollos. Sus apreciaciones hacen pensar en las apreciaciones que habría podido hacer Larra sobre el caudillaje, sobre el general Cáceres, sobre historia literaria del Perú y sobre el partido futurista.
         —Los discursos del señor Secada son vehementes, airados y sediciosos. Tienen énfasis rebelde y soñador. Escuchándolos, se da uno cuenta de que el señor Secada es librepensador ateo y fundador de la Unión Nacional.
         —Los discursos del señor Químper son nerviosos, humoristas y acerbos. Permiten adquirir la certidumbre de que el señor Químper lee a Eca de Queiroz. Encausan francas orientaciones liberales. Y a pesar de que el señor Químper es aficionado a la ópera italiana y a la música clásica, no revisten lirismo alguno.
         —Los discursos del señor Ulloa son graves, persuasivos, idealistas y patrióticos. No es posible escucharlos sin darse cuenta de que el señor Ulloa no es civilista, ni liberal, ni constitucional, ni futurista. Y no tiene nunca citas legistas como los discursos del señor Criado y Tejada.
         —Los discursos del señor Tudela y Varela son civilistas, insuflados, arrogantes, enfáticos y burgueses. Se siente en ellos que el señor Tudela y Varela es buen mozo, elegante y amigo del señor Pardo. No se siente en cambio en ellos que el señor Tudela y Varela sea ya candidato a la presidencia de la República. Ni que es vecino de Miraflores.
         —Los discursos del señor Solar son autoritarios, anodinos y sonoros. Se producen intempestivamente como los incendios y como los temblores.
         —Los discursos del señor Urbina son acuosos, atrabiliarios y anticlericales. A través de ellos es fácil comprender que el señor Urbina lee a Voltaire y también a Vargas Vila. Indican igualmente la malquerencia del señor Urbina contra los redentoristas de Huanta y su afición a la música incaica de don Alomía Robles.
         —Los discursos del señor Solfy Muro son pacíficos, tiernos y sedativos. Están ajustados al espíritu de la ley, de la moral catedrática y del partido civil. Tienen entonación escolástica. Y hacen pensar que el señor Solfy Muro escribía versos a los 18 años de edad.
         —Los discursos del señor García Irigoyen son lóbregos, mortecinos, ácidos y toscos. Evidencian la calidad de profesor de la Universidad Mayor de San Marcos que tiene su señoría.
         —Los discursos del señor Grau son violentos, rebotantes, marciales. Demuestran que el señor Grau tiene idénticas aptitudes de elocuencia para el ditirambo y para la catilinaria. Y aunque el señor Grau no ha sido billinghurista posee a ratos cierta onomatopeya de jornada cívica.
         —Los discursos del señor Fuchs son dulces, románticos y amorosos. No revelan el temperamento ni la profesión de su señoría: los mistifican. A través de ellos no es posible comprender que el señor Fuchs sea ingeniero de minas, ni que haya sido ministro de gobierno del general Benavides.
         —Los discursos del señor Balta son anecdóticos, monótonos, matemáticos y extensos. Tienen complicaciones de teorema y de fórmula algebraica. Corren mala suerte cuando su señoría los prepara. Carecen de emoción retórica. Y están casi siempre orientados con generosidad y buenas intenciones.
         —Los discursos del señor Sayán Palacios son pertinaces, imprudentes y angulosos. Causan la obsesión de que el señor Sayán y Palacios debe ser constitucional y amigo del general Cáceres. Y manifiestan que es abogado inteligente y ponderado.
         —Los discursos del señor Balbuena —hemos estado en peligro de olvidar al señor Balbuena— son eclécticos, tornadizos, caudalosos, desbordantes, elocuentes y amablemente mordaces. Demuestran que el señor Balbuena no tiene aptitudes de fiscal y sí de defensor. Y que el señor Balbuena posee una alma lírica y cristalina como el agua de un surtidor.
         Y son muchas más las definiciones de la glosa cotidiana de los periodistas. Pedimos el perdón de los oradores comentados para los audaces comentadores. Y esperamos que los oradores olvidados reclamen la apreciación respectiva…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de octubre de 1916. ↩︎