3.23. Entreacto

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Ayer la Cámara de Diputados no quiso ocuparse del pliego de ingresos del presupuesto. No quiso verle la cara. Hoy se ocupará de asuntos particulares. Va a ser este un entreacto.
         Y es que el pliego de ingresos tiene ya fatigada a la Cámara. Hace dos semanas que en ella no se habla sino de partidas, estancos y coeficientes. Y para la tarde de ayer tenía la amenaza de un pedido de reconsideración del estanco del opio. El opio y el señor Balta iban a dejar dormida a la Cámara.
         Ayer la Cámara vio una vez más en peligro al señor ministro de Guerra. Hacía tiempo que el señor ministro de Guerra, inflexiblemente defendido por la mayoría, se veía a cubierto de toda interpelación y toda moción adversa. Pero ayer la minoría se empeñó en censurar al coronel Puente. Y es que el coronel Puente tiene la culpa. Se obstina tanto en no ir al parlamento a responder las interpelaciones de los diputados, que la minoría, a quien agrada mucho ver en la Cámara al coronel Puente, lo ha tomado a desdén y menosprecio.
         El señor Secada resucitó el asunto de la varadura del crucero Grau. Y se empeñó su señoría en que el encallamiento de esta nave debía ser también el encallamiento del ministro. El señor Grau, defensor pertinaz e irreductible del ministro, le decía:
         —¡No ha sido varadura! ¡Ha sido rozadura!
         Y el señor Secada le replicaba:
         —¡Ha sido varadura!
         Pero el señor Grau no cejaba:
         —¡No ha sido varadura! ¡Vea su señoría el diccionario de la lengua! Y el señor Secada respondía inmediatamente:
         —¡El diccionario de la lengua es un adefesio! ¡Los académicos saben hacer todo menos diccionarios!
         La mayoría se callaba en espera de la votación. Pensaba que eran inútiles los argumentos cuando sobraban los votos. Pero no pensaba lo mismo la barra. Y cuando la mayoría se puso de pie para votar amparando al ministro de guerra, la barra la silbó ruidosamente. La mayoría ruborizada se diría que la devoción al ministro importaba el sacrificio.
         Y más tarde, llegada la orden del día, el señor Manzanilla, que había ordenado que se encendiese la luz prematuramente, puso en debate sucesivas redacciones. Los diputados se marchaban a ponerse el frac para comer con el doctor Durand. Ninguno había tenido la previsión de llevar el frac puesto bajo el, sobre todo, como suele hacerlo el señor Juan Francisco Ramírez que tiene un criterio yanqui en cuanto a la economía del tiempo.
         Los únicos que no se movían eran los diputados de la minoría. Todos ellos le preguntaban al señor Manzanilla a qué hora se comenzaba el debate del pliego de ingresos. Y el señor Manzanilla les contestaba con una sonrisa y les recomendaba discreción con el ademán.
         A las 7 y 25 no había más de 20 diputados en la sala y el señor Borda generosamente insinuó:
         —Creo que no hay quórum, señor excelentísimo.
         Y el señor Manzanilla levantó la sesión con un campanillazo tan tímido que parecía un campanillazo agradecido.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 23 de septiembre de 1916. ↩︎