3.15. La lista negra - Sorpresa

  • José Carlos Mariátegui

La lista negra1  

         El buen humor de la Cámara de Diputados y la travesura de la minoría han seguido propiciando el éxito festivo, juguetón y risueño de la “lista negra”. La “lista negra” es, como ya hemos dicho, una protesta de la alegría de la Cámara de Diputados contra la gravedad y la intemperancia de los representantes que quieren ser adustos y que no quieren respetar al mismo tiempo los fueros de la juventud y el buen humor.
         La “lista negra” es el tema de los comentarios más retozones y plácidos. Va de boca en boca. Fuga de la cantina para aparecer en un pasillo. Vuela del pasillo a un rincón de la sala de sesiones. Escala el estrado de la mesa. Sube a la mesa y se mete dentro del reglamento. Y se pasea oronda en el salón de los pasos perdidos.
         Y la “lista negra” es motivo de inquietud azarosa para los diputados que tienen resquemores de conciencia. Y es motivo de alarma y pesadilla para los diputados reacios a la sonrisa. Todos ellos se preguntan si serán sus nombres postulantes a la “lista negra”.
         Hace pocos días que en este “índex” juguetón de la minoría han sido incorporados tres representantes. Y han sido incorporados en la “lista negra” con solemnidad excepcional. Han sido incorporados por decreto y con todas las formalidades de una determinación irrevocable y tremenda.
         El señor don Manuel Jesús Gamarra, el señor don Fermín Málaga Santolalla y el Sr. don David Chaparro, han sido los elegidos para esta risueña excomunión de la minoría. Contra todos ellos han surgido cargos gravísimos y determinativos. Y no son precisamente cargos motivados por espíritu inflexible, ceñudo y austero de sus señorías. Son cargos por intemperancia, por intransigencia y por sobrada devoción al gobierno. La Cámara tiene acordado tácitamente cierto límite para el fervor gobiernista de la mayoría. Y la minoría de ahora se empeña en que los diputados no rebasen jamás ese límite.
         Nosotros nos hemos empeñado en conocer con detalle las causas del decreto contra el señor Manuel Jesús Gamarra, contra el señor Málaga Santolalla y contra el señor Chaparro. Y nos han dicho:
         —El señor Manuel Jesús Gamarra es demasiado trágico y demasiado inexorable. Tiene una inflexibilidad bíblica y es enemigo del perdón. Y a pesar de que se sienta muy cerca de la minoría es el más rendido diputado de la mayoría. Además, en una ocasión ha insinuado una guillotina. Y, finalmente, tiene el propósito de teñirse el pelo con agua oxigenada para semejarse al señor Borda.
         Y nosotros hemos preguntado entonces:
         —¿Y el señor Málaga Santolalla? Y nos han dicho:
         —El señor Málaga Santolalla se ha olvidado excesivamente del señor Leguía. Tenemos pues contra él los mismos reproches que contra el Sr. Villanueva. La minoría no es leguiísta, pero la minoría quiere la perduración de los entusiasmos políticos. Y el señor Málaga Santolalla va por el mal camino de hacerse demasiado pardista. Y va por otros malos caminos más.
         Y hemos tornado a preguntar:
         —¿Y el señor Chaparro?
         Y nos han dicho entonces:
         —El señor Chaparro, ante todo, es secretario accesitario. Su calidad de tal constituye una amenaza para la Cámara y para los periodistas porque el señor Chaparro se obstina en negar a su pronunciación la castiza claridad que la Cámara y que los periodistas reclaman. Nosotros no nos explicamos esta obstinación del señor Chaparro. Nos han dicho que reside en ciertos convencimientos autoctonistas del señor Chaparro. Y además el señor Chaparro se empeña en hacer uso de ciertos recursos de las minorías, tales como los de pedir votaciones nominales y constataciones de quórum. ¡Lo acusamos de invasión de atribuciones!
         El decreto de la “lista negra” ha causado consternación entre los penados. La misma consternación que había causado en los ánimos de todos los representantes comprendidos en primer término en la “lista negra” la noticia de tal decisión de la minoría. Porque solo ha habido una excepción. La del señor Velezmoro. El señor Velezmoro pidió que se le pusiese en la “lista negra”. Y dijo luego:
—¡Claro! Yo soy muy pardista. ¡Y esto no debe olvidarlo nadie!

Sorpresa  

         La tarde de ayer, en la Cámara de Diputados, habría sido como la teníamos prevista, si no hubieran sido llevados también al parlamento “Los Misterios de Lima”, con el honesto y recto propósito de pedir al Ministerio de Justicia que los esclareciese. Y, sobre todo, no habría tenido nada sorpresivo para nosotros si el señor Velezmoro no hubiera hablado de esta suerte:
         —En todo debe atenderse solamente a la voz de la verdad. La voz de la verdad es sagrada. Hay que hacer caso a esa voz. Es una voz buena. No hay que hacer caso, en cambio, a las “Voces” de El Tiempo. ¡A mí no me importan las “Voces” de El Tiempo!
         Toda una declaración sensacional del señor Velezmoro. Nosotros, infelices, estamos absolutamente convencidos de que al señor Velezmoro le importaban mucho las “Voces” de El Tiempo. Y de que el señor Velezmoro, magnífica persona, nos hacía el inmenso favor de tenernos estimación. Lo creíamos tan sinceramente, que teníamos gran empeño en popularizar al señor Velezmoro. Porque algunos representantes amigos nuestros nos lo habían pedido:
         —Mencionen al señor Velezmoro. Ocúpense del señor Velezmoro. Es preciso darle notoriedad al señor Velezmoro. El señor Velezmoro es un orador notable, pero su reputación no está aún formada en Lima. En Cajamarca sí es muy conocido el señor Velezmoro.
         Nosotros, que somos incapaces de negar nuestro concurso a una obra tan importante como la de la popularización de un hombre en vías de ser hombre ilustre, obedecíamos al buen deseo de nuestros amigos. Estamos tan convencidos de que muchos genios pasan por la vida oscura y olvidadamente que nos ofrecemos a colaborar en la consagración de cualquiera genialidad desconocida.
         Pero ocurre que el señor Velezmoro no nos estima como nosotros, infortunados, creíamos. Ocurre que sobre nosotros ha caído la más negra de las fatalidades. Ocurre que el señor Velezmoro nos desdeña. Esto es tan grave que nos contrista y nos acongoja. Pero, también, somos muy orgullosos, nos indigna. Y nos hace que nos prometamos vengarnos del señor Velezmoro. Y vengarnos de modo tremendo. No lo mencionará más nuestra pluma. Nos hemos puesto tan vanidosos que se nos ocurre que esto es como quitarle al señor Velezmoro la escalera de su inmortalidad. La única escalera posible…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 15 de septiembre de 1916. ↩︎