2.30.. Indulgencia plenaria

  • José Carlos Mariátegui

 

         1La cámara de diputados tuvo ayer una sesión animada y extensa. Pero no hubo en ella política, ni hubo interpelaciones, ni hubo debate sobre los terrenos de montaña, ni hubo pedidos acoplados del señor Secada, ni hubo doctrina parlamentaria del señor Manzanilla. Hubo solo debate largo sobre la amnistía. Un debate casi ocioso, porque toda la cámara estaba de acuerdo en que debía olvidarse, perdonarse e indultarse, y solamente difería de concepto en cuanto a la forma de ese olvido, de ese perdón y de ese indulto.
         Solo el señor Gamarra (don Manuel Jesús) se mostró intransigente. Su señoría no admite el perdón. Su señoría es rencoroso. Su señoría es inexorable. No concibe cómo los hombres pueden ser indulgentes. Y no concibe cómo los diputados pueden serlo también.
         Ayer, cuando toda la cámara unánimemente proclamaba la necesidad de la amnistía, el señor Gamarra se puso de pie y dijo:
         —Yo me opongo al indulto. Los indultos. Los indultos son justos cuando son útiles. Y son útiles cuando sirven para unir fuerzas divididas, para reconciliar a los elementos políticos del país. En este instante, el indulto es ocioso y romántico. No seamos sentimentales. Habemos en el Perú dos grupos. Uno muy grande, el de los hombres de bien. Otro muy chico, el de los delincuentes. ¿Por qué los hombres de bien vamos a darles la mano a los delincuentes? ¿Por qué los vamos a perdonar? Nosotros somos puros. Ellos son pecadores. ¿Qué utilidad tiene que seamos generosos? ¿Van a aumentar los ingresos fiscales acaso? Y luego por sus labios comenzó a hablar la Biblia. Sentencias tremendas. Trágicas inexorabilidades. Profecías pavorosas. Y la admonición del señor Gamarra, que no era una admonición muy castiza, por cierto, era, en cambio, una admonición terrible:
         —¡El pecado nos ahoga! ¡El pecado nos asfixia! ¡El pecado nos vence! No seamos misericordiosos con el pecado. No nos solidaricemos con los pecadores, si no queremos también nosotros padecerlo. Si somos indulgentes, el castigo vendrá del cielo.
         Y señalaba la farola.
         Pero en vez de dar miedo a los diputados, en vez de conmoverlos, en vez de soliviantarlos, la elocuencia bíblica del señor Gamarra les hacía gracia. Y ni la farola se estremecía, ni las luces parpadeaban, ni el terror afligía los ánimos, ni se desorbitaban los ojos, ni se erizaban los cabellos, ni castañeteaban los dientes. Y el señor Gamarra se dio cuenta de que su discurso era mucho menos eficaz que un cuento de gnomos y de aparecidos, y se dio cuenta de que era infructuoso su esfuerzo. Y pidió un vaso de agua. Y se lo bebió a sorbitos entre las intermitencias de su discurso desfalleciente.
         Fue pura “pose” la del señor Gamarra. Su señoría quiere ser original. Su señoría quiere distinguirse. Su señoría quiere sorprender a la cámara y a la opinión con sus gestos exóticos. Pero no sabe escoger las oportunidades sino de raro en raro. Con frecuencia se equivoca y es la suya una “pose” como la del doctor Mercado, completamente criolla y completamente huachafosa. Ayer, por ejemplo.
         Y tuvo la sesión de ayer una nota trascendental. Reapareció en su escaño el ilustre diputado por Yauyos señor Alberto Ulloa. Pero reapareció no para pasar lista ni para conversar brevemente con algunos compañeros, sino para pronunciar discursos e intervenir con eficacia en los debates. Y la minoría estaba orgullosa de su leader. Y se frotaba las manos, satisfecha de tenerle otra vez en la cámara.
         Y hubo otra nota interesante. El señor Borda, que desde hacía tanto tiempo estaba en silencio, volvió a ser verboso y elocuente. Hacía días que su mutismo era comentado. Los diputados se preguntaban qué le ocurriría al señor Borda. El señor Borda seguía siendo, como de costumbre, amable, efusivo y risueño. Pero no hacía pedidos, no requería a los ministros, no presentaba proyectos, no exigía la celeridad en el despacho de los presentados. Algo le ocurría sin duda alguna. Los periodistas tienen la intención de averiguarlo en una encuesta. Pero, a pesar de la unanimidad de las buenas intenciones de la cámara, el proyecto de amnistía quedó ayer sin solución. Quedó sancionada la bondad de la iniciativa. Pero quedó postergada su aplicación en la ley. Y todo fue votos de perdón, de olvido, de misericordia, de generosidad y de altruismo. Indulgencia plenaria.


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 30 de agosto de 1916. ↩︎