2.25. Mala fortuna

  • José Carlos Mariátegui

 

         1El señor Balta tiene mala suerte en el parlamento. Fuera del parlamento todo es éxitos para su señoría. El señor Durand le mima. El partido liberal lo proclama su ministro vitalicio, aunque espera llegar al poder para hacer práctica esta proclamación. El señor Pardo le tributa homenajes. Sus negociaciones mineras marchan viento en popa. Bajo su dirección, las vetas de carbón de Sayapullo se tornan inagotables. El país lo ama y no comprende cómo no ha llegado todavía a la presidencia de la república. El civilismo lo apadrinó. Luce un nombre histórico. Y el señor Balbuena lo ensalza. Y el señor Pinzás lo admira. Pero en el parlamento es muy mala fortuna la del señor Balta.
         Sensible es que el señor Balta sea hereje y no tenga fe en el oráculo y no haya consultado todavía su porvenir a una gitana o al señor Corbacho. Porque, indudablemente, si el señor Balta creyese en el destino y hubiese interrogado a una gitana sobre su actuación parlamentaria, la gitana le habría predicho desdichas muy negras al señor Balta y el señor Balta se habría apartado para siempre de la Cámara de Diputados y no estaría pensando a estas horas en la reelección.
         El parlamento no es el medio del señor Balta. Y el señor Balta no sabe hacer papel en el parlamento. La suerte no le ayuda.
         Una vez el señor Balta se había preparado con gran acopio de datos y observaciones a hablar sobre el presupuesto. Tenía meditado un discurso que duraría ocho días. Tenía adquirido su turno en el debate. El señor Balta se sentía ya halagado y acariciado por el éxito. Pero apareció de repente, tronchando las esperanzas del señor Balta, una moción de guillotina. Y su señoría se quedó con el discurso preparado y anunciado. Otra vez, el señor Balta consiguió hablar tres días seguidos sobre el presupuesto. Y resultó que la comisión y el gobierno estaban absolutamente de acuerdo con él. En otra oportunidad en que su prestigio geográfico era absoluto, el señor Manuel Jesús Gamarra, recién venido del Cuzco, le refutó victoriosamente. Y el prestigio geográfico quedó mal herido y contuso.
         Ayer mismo, antes de la sesión, sabedores de que el señor Balta tenía preparado un gran discurso sobre la selva virgen, sobre las concesiones, sobre el Manuripe, sobre el caucho, sobre la vainilla, sobre las sachavacas, sobre las lagartijas y sobre los caminos carreteros, todo a propósito de las interpelaciones del señor Vivanco, pensamos que algo inesperado iba a producirse. Y llegamos a admitir la absoluta inminencia de la moción de guillotina del señor Velezmoro.
         El señor Balta había soñado con su discurso, le había calculado seis horas de duración, había hablado sobre él con el señor Balbuena, con el señor Sayán y con el señor Monteagudo, había pasado una noche de insomnio examinando el expediente de las concesiones, había invitado a los empleados de la negociación Sayapullo a concurrir a la barra y le había dicho al redactor parlamentario de La Prensa:
         —Voy a hablar toda la tarde, amigo. Esta noche reconstruiremos el discurso, con la ayuda de Balbuena. Y le había invitado una Kola en la cantina para darle alientos y cohibir sus protestas.
         Pero, muy mala es la fortuna parlamentaria del señor Balta. El ministro de fomento y el señor Vivanco se pusieron de acuerdo antes de la sesión. Su señoría quedó burlado. No hubo nada en debate. Grande fue la desolación del señor Balta.
         El señor Balbuena, que es muy malévolo, se moría de risa en un pasillo.
         —¡Ji, ji, ji, ji, ji!
         Y nos hacía aspavientos con las manos.
         Y el señor Abelardo Gamarra, hacía un comentario a la sordina. Y el comentario del señor Gamarra era gráfico, oportuno, preciso, sabroso, y, sobre todo, criollo:
         —¡Qué “plancha”!…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 25 de agosto de 1916. ↩︎