2.18. Bajo la farola - Galantería - Handicap

  • José Carlos Mariátegui

Bajo la farola1  

         Ayer volvió a sesionar en secreto la Cámara de Diputados para oír al ministro de relaciones, señor Riva Agüero. Ha sido una nueva sesión a puerta cerrada como decimos nosotros, o a puerta “trancada”, como dice el señor Abelardo Gamarra. Se diría que el parlamento y el gobierno han estado dialogando a hurtadillas del país.
         El señor Riva Agüero volvió a sentarse en un escaño de la izquierda y volvió a verse rodeado como un abuelo por los miembros de la Cámara joven. Y volvió a ponerse de pie para decir un discurso. Y volvió a encontrar todo de color de rosa y a afirmar que el Perú era amado en estos momentos no solo por todo el continente, sino también por todo el mundo.
         Y fue el discurso del señor Riva Agüero en su espíritu un himno a la paz. El señor Riva Agüero es un preconizador ferviente de la paz. Casi un apóstol de ella. Sueña con la fraternidad universal. Si el señor Riva Agüero, en lugar de ministro de relaciones, fuese fabricante de automóviles, iría a Europa, presidiendo una caravana para predicar la paz. Y abriría el Palacio de La Haya para ofrecer conferencias. Y más tarde las repetiría en Hyde Park, con proyecciones luminosas, a la manera del señor Oscar Víctor Salomón. El señor Riva Agüero es un espíritu optimista, enamorado de los tiernos y bellos idealismos. Está resuelto a realizar la más noble e hidalga de las propagandas, con empeño, que hay derecho para suponer que su señoría aspira al premio Nóbel. Y que su señoría sueña con llegar a hacer compañía en una lista gloriosa a Berta Süttner, a Echegaray, a Federico Mistral, a Maeterlinck, a Marconi y a Edison.
         Pero, a pesar de toda la elocuencia arrulladora y dulce de la frase del señor de la Riva Agüero, los diputados de la minoría no quisieron ayer convencerse de que tenía razón en cuanto decía. Y el señor Secada, el señor Químper, el señor Gamarra (don Manuel Jesús) y el señor Borda atacaron con ímpetus formidables a su señoría. Lo ajocharon, lo asediaron, lo rodearon. En torno del escaño del señor Riva Agüero, se pusieron todos para hacer críticas de la gestión de la cancillería y dar puñadas sobre las carpetas.
         Y a pesar de estas protestas, la sesión tuvo ambiente de intimidad y familiaridad. Y si hubo rencilla y controversia, tuvieron ellas un sabor hogareño. El señor Riva Agüero tuvo frases gentiles en sus respuestas. Insistió en que la situación era plácida y tranquila. Y trató de probarlo con los ademanes y hasta con las sonrisas.
         En la Plazuela de la Inquisición, a la salida, abordamos al señor Secada, que salía de la sesión y le hicimos la más discreta de las preguntas. Y el señor Secada nos contestó indignado:
         —¡No me pregunten nada! Yo no vuelvo a hacer interpelaciones. El ministro de relaciones exteriores nos ha contestado con un salmo dulcísimo. Su señoría tiene un alma mística. Su política es casi una política monástica. Parece una Santa Teresa de Jesús hecha hombre público y canciller.

Galantería  

         El señor ministro de gobierno es un devoto de la minoría parlamentaria. La mima, la engríe, la requiebra, la enamora. Cuando le indican que pasa un diputado de la minoría, llama a un coche para seguirlo. Cuando se encuentra con otro, lo detiene, lo galantea y le pregunta por su salud y por la de sus deudos. El señor ministro de gobierno es un modelo de gentil hombre.
         Hay quienes dicen que el señor ministro de gobierno,que es ferviente admirador del señor Manzanilla, imita al ilustre leader. Cree que el señor Manzanilla ha alcanzado su cúspide de popularidad y de gloria, a fuerza de sonrisas. Y confía su creencia a sus amigos íntimos:
         —¿No es cierto que el señor Manzanilla ha llegado a gran de hombre, porque sabe ser amable y porque sabe sonreír admirablemente?
         Y los amigos íntimos del señor ministro de gobierno, le responden:
         —Muy cierto.
         Y el señor ministro de gobierno se da cuenta de que piensa siempre con mucho tino. Y resuelve prodigar sonrisas y cortesanías.
         Anteayer, a las siete de la noche iba por una calle el señor ministro de gobierno en un elegante automóvil de suave y silenciosa marcha. Reparó en un coche que le precedía. Advirtió que conducía dos pasajeros. Y tuvo la intuición de que estos pasajeros eran dos miembros de la minoría. Se lo preguntó al chauffeur:
         —¿No es cierto que en ese coche van dos diputados de la minoría? El chauffeur respondió:
         —No lo sé, señor ministro. Son dos señores gordos los que van en ese coche.
         El ministro ordenó al chauffeur que interrumpiese el automóvil su lenta marcha aristocrática y se apresurase para dar caza al coche. El chauffeur obedeció. Y el ministro comprobó que no se había engañado. En el coche iban al señor Borda y el señor Torres Balcázar. El ministro los siguió en su automóvil. El coche del señor Borda y del señor Torres Balcázar iba seguido por el automóvil del señor ministro de gobierno, como por una rara escolta con música de bocina. Se pegaba a una acera el coche y se pegaba a la misma acera el automóvil. Volvía una esquina el coche y volvía la misma esquina el automóvil. Atenuaba su velocidad el coche y atenuaba la suya el automóvil. De pronto el coche se detuvo. El automóvil se detuvo también. Descendieron del coche el señor Borda y el señor Torres Balcázar y descendió del automóvil el señor García Bedoya. Y fue al encuentro del señor Borda y del señor Torres Balcázar, diciéndoles:
         —¡Oh queridos compañeros!¡Cuánto placer tengo en encontrarlos! Ustedes son mis muy amados amigos.
         Les estrechó las manos con efusión. Les invitó a tomar un cocktail en una confitería. Después de un cocktail otro. Luego uno más. Y entre sorbo y sorbo, entre sonrisa y sonrisa, entre piropo y piropo, les preguntaba:
         —¿No es verdad que ustedes están muy contentos conmigo? ¿No es verdad que ustedes son muy buenos amigos míos?

Handicap  

         El señor Gamarra es una figura del porvenir. No hablamos del señor Abelardo Gamarra, que no podría parecer muy fácilmente una figura del porvenir. Hablamos del señor don Manuel Jesús Gamarra. Porque en la Cámara de Diputados existe otro señor Gamarra que se llama don Manuel Jesús y que no representa a Huamachuco sino a Urubamba. Y el señor Gamarra, don Manuel Jesús, es, sin duda alguna, un orador en pleno desenvolvimiento. Habíamos advertido en él hace ya tiempo los síntomas del orador inminente.
         Hace casi un año de la revelación del señor Gamarra. Fue una tarde en que la Cámara de Diputados se ocupaba de la situación geográfica del distrito de Chincheros, a propósito de un vulgar proyecto de demarcación territorial. Hablaba el señor José Balta, presidente de la Sociedad Geográfica. Los periodistas, comentadores habituales y obligados de la sesión, pensaban que no iba a llegar más allá el debate. La autoridad del señor Balta en cuestiones geográficas era definitiva, incontrovertible y aplastante. Nadie podrá rebatirle ni argüirle adversamente. Nadie. Y ni siquiera se atrevería nadie a glosar sus palabras. Pero en medio de la sorpresa unánime, se puso de pie el señor Gamarra. E, irreverente, refutó cuanto había dicho el señor Balta. Sacó un mapa. Atacó a la Sociedad Geográfica. Asombró al Parlamento. Y del distrito de Chincheros hizo tema de un discurso de tres días. Y demostró cosas trascendentales, completamente trascendentales, como que la capital del distrito no estaba en un recoveco sino en una llanura, ni en tal latitud, sino en cual otra, ni a orillas de un abismo sino de un riachuelo, ni gustaban los de Chincheros del cañazo sino de la chicha, ni placíales Rudyard Kipling sino Chuquihuanca Ayulo, ni eran carnívoros sino vegetarianos, ni había en Chincheros caballos sino llamas y huanacos, ni se hacían las casas con cemento Portland sino con caña brava, ni condimentábanse las viandas con setas sino con huacatay. Y el señor Balta quedó confundido. El señor Gamarra acababa de destruir todas sus mistificaciones. Chincheros quedaba definido en el criterio de la Cámara y del país, tal como era, por obra y gracia de la milagrosa palabra del señor Gamarra. Fiat lux había dicho el señor Gamarra. Y su palabra había sido también cual trompeta de Josué. Como Jericó, como la ciudad alegre y confiada, el prestigio geográfico del señor Balta se había venido guarda bajo.
         El señor Gamarra atrajo desde entonces todas las miradas. Los periodistas inquirieron datos biográficos de su señoría. Supieron que había sido juez de primera instancia, que se había hecho diputado contra viento y marea y que había convencido más tarde a la Excma. Corte Suprema, a quien no es muy fácil convencer, de que sus credenciales traían patente muy limpia, tan limpia que procedía de una elección triunfadora sobre una candidatura presidencial. Y comenzaron a admirar al señor Gamarra. Y descubrieron muchos detalles de la carrera pública de su señoría.
         El señor Gamarra ha venido sosteniendo desde hace muchos años una noble emulación con el señor Chaparro, que es también diputado cuzqueño. Fueron con discípulos en el kindergarten, en el colegio de primera enseñanza, en el colegio de segunda enseñanza y en la Universidad del Cuzco. Siempre estuvieron en la misma clase. Siempre fueron rivales de estudios. El maestro los ponía pico a pico en escolares torneos de sabiduría. El señor Gamarra resultaba vencedor generalmente. Pero el señor Chaparro se sacaba, sin embargo, las primeras medallas, mientras el señor Gamarra no alcanzaba sino menciones honrosas. El señor Gamarra era el eterno placé del señor Chaparro. Era el eterno “cuasi”. Y las gentes imparciales opinaban que el señor Gamarra tenía mayor talento y mayor sabiduría que el señor Chaparro, siendo altísimos y sorprendentes el talento y la sabiduría del señor Chaparro, y que era una injusticia que el señor Gamarra no ganase las primeras medallas. Y en la Universidad, las contentas fueron para el señor Chaparro, a quien, naturalmente —este no es raciocinio del general Canevaro—, contentaban sobre manera.
         Y la hidalga emulación siguió más tarde. Y sigue hasta ahora. El señor Chaparro llegó a ser diputado antes que el señor Gamarra. Pero el señor Gamarra no tardó en hacerse una elección y unas credenciales legítimas y popularísimas. Hoy el señor Chaparro espera llegar a ser ministro antes que el señor Gamarra. Y el señor Gamarra confía en que llegará a ser presidente de la Sociedad Geográfica antes que el señor Chaparro. Es el de ambos un match formidable, al cual consagran todas sus energías. Una justa caballeresca. Ambos han llegado a ponerse casi en empate. Pero el señor Chaparro tiene una honda preocupación. Su señoría no ha sido juez de primera instancia como el señor Gamarra. Y piensa que el Sr. Gamarra le ha ganado con un título. Y no encuentra forma de ser juez de primera instancia un mes siquiera, al mismo tiempo que representante. Y se ha consultado con todos sus amigos al respecto. Quien le ha dado un consejo eficacísimo ha sido el señor Luis V. Carrillo, juez de paz por muchos años. Le dice el señor Carrillo:
         —¡Hombre! Haga usted que lo nombren juez de paz. No hay incompatibilidad entonces.
         Y el señor Chaparro le objeta:
         —Pero el señor Gamarra ha sido juez de primera instancia y no juez de paz.
         Y el señor Carrillo le replica victoriosamente:
         —¡No haga usted caso de detalles, amigo Chaparro! La cuestión está en que sea usted juez…


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 18 de agosto de 1916. ↩︎