7.7. Oportunismo político

  • José Carlos Mariátegui

Candidaturas de última hora1  

         Estamos en presencia de una nueva manifestación del oportunismo político. De una manifestación más alta y trascendente. Ya el oportunismo no se circunscribe a la adherencia a última hora al candidato que con más probabilidades de triunfo cuente. Ahora son oportunistas los candidatos mismos.
         Lima ha recibido con sorpresa la proclamación de ciertas candidaturas a la senaduría y diputaciones en las vísperas de las elecciones. No se esperaba esta irrupción de candidatos. No podía esperarse. Se comprende que todo candidato haga antes de las elecciones una labor seria y proficua de captación de los electores, que diga al pueblo cómo aprecia sus necesidades más urgentes y cómo se propone colaborar a remediarlas; que haga, en fin, su propaganda y exhiba su programa de acción política.
         Pero no pueden esperarse jamás estas presentaciones de último momento. Estas candidaturas sin proceso, sin gestación, sin relieve y carácter definido— No nos referimos desde luego, en este comentario, a las candidaturas amparadas por la doctrina y la responsabilidad moral de un partido. Se les quiere justificar presentando rápidamente como título para elección, las cualidades personales y la actuación pretérita de los candidatos. Pero esto no basta. Toda candidatura es el fruto de un instante espiritual del pueblo. El sentimiento popular puede variar en pocos meses. Y, entonces, el candidato que anteayer pudo ser elegido ruidosamente por el pueblo, no pueda serlo hoy. O, al contrario.
         Por esto es indispensable para el pueblo conocer el pensamiento actual de los candidatos. Más indispensable todavía analizarlo, meditarlo, sentirlo, simpatizar con él. Y esto no puede conseguirse en horas. Es un proceso largo y sistematizado que han querido eludir los recientes aspirantes a la representación parlamentaria de Lima.

El oportunismo caracteriza las nuevas
candidaturas

 
         Puede decirse que las nuevas candidaturas son candidaturas de asalto. Quieren aprovecharse de la confusión del instante. Obtener el triunfo por sorpresa. Es una táctica perfectamente criolla.
         Otras veces ha sido ya ensayado el procedimiento. No faltan en el parlamento representantes por asalto. Por habilidad los llaman los politiqueros. Por desvergüenza los llaman los hombres honrados.
         Se engañan los candidatos que juzgan más fácil el triunfo por estos medios. Tal vez una candidatura, aceptable en otras condiciones, solo por presentarse en esa forma es reprobada. El pueblo no se deja engañar. No acepta ni apoya vivezas. El pueblo quiere que los hombres que aspiran a los puestos públicos se den íntegramente a él. Que luchen a su lado y con el mismo peligro. Que luche en la calle, pecho al frente y blindando la idea con la propia vida. El pueblo no quiere combativos de bufete ni declamadores de última hora. Quiere, ante todo, heroísmo.

Los elegidos de este modo pueden ser
diputados, pero no representantes del
pueblo
 
         Pueden los candidatos oportunistas obtener un número tal de sufragios que los lleve al parlamento. Serán entonces diputados. Pero jamás serán representantes del pueblo. El pueblo en estos casos no elige. Se limita a mirar con indiferencia a los pretendientes.
         Y esa es precisamente la finalidad inmediata y calculada de los oportunistas. La indiferencia popular favorece sus aspiraciones. También buscan la confusión. Si el pueblo se mantiene indiferente o está confuso, ellos podrán conseguirse los votos suficientes para obtener las credenciales. Ya ha ocurrido esto otras veces.
         Vamos, pues, en estos días a asistir a un juego interesante. Tal vez se presenten mañana nuevos candidatos. Pueden presentarse también el martes. Esto no es sino un juego de viveza. Quien tenga más destreza manual para escamotear sufragios reclamará para sí el triunfo.

Y es cómico el espectáculo  

         Entre vivos anda el juego. Es un espectáculo de sainete. Una petipieza.
         Los candidatos de la viveza criolla hacen reír hoy. Ellos no se ríen. Como todos los actores cómicos, desempeñan seriamente su papel.
         Pero el espectáculo no puede ser eternamente cómico. La risa cansa pronto. Y cansa más cuando, como en el presente caso, atenta contra la salud. El organismo popular tiene que reaccionar. No será entonces para enaltecer y pasear en triunfo a los histriones. El espectáculo será más serio. Será trágico.
         Entonces se anulará la eficacia de las vivezas criollas. La tan celebrada habilidad de los especuladores políticos no servirá sino de causa de proceso. Servirá para estigmatizar a los vivos. Para excluirlos definitivamente de la vida pública.


Referencias


  1. Publicado en La Razón Nº 4, Lima, 17 de mayo de 1919. ↩︎