7.3. Mariátegui, explica su artículo de Nuestra Época

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Un acendrado fervor doctrinario y un noble ardimiento patriótico me impulsaron a publicar, ayudado por escritores tan bien intencionados como yo, el periódico Nuestra Época. Y esos mismos sentimientos me inspiraron el artículo sobre el ejército cuya resonancia estruendosa, consternadora y terrible conturba mi ánima en estos momentos de fiebre y de bullicio.
         Mi artículo no fue un estudio del problema militar. Fue únicamente un sumario de mis ideas sobre ese problema. Fue un índice de mis observaciones. Fue, luego, muy poco.
         Demasiado tiene que asombrarme, pues, que ese artículo que quiero que todos miren como un arranque de mi sinceridad más pura, haya producido acontecimientos tan graves y tan dolorosos. Porque jamás pude aguardar que algunas palabras mías trastornaran la tranquilidad pública de tal manera honda y expresiva.
         Y como, antes que escritor, soy peruano y soy patriota, me apena tanto esta sucesión de sensibles escenas que estoy a punto de arrepentirme de haber escrito las cuatro cuartillas que así han conmovido a la república.
         Me transformo en espectador. Y contemplo primero el ataque a un hogar periodístico y a un escritor. Contemplo enseguida la solidaridad contra la censura arrancada a la superioridad por ese ataque. Contemplo, finalmente, una actitud que arredra e intimida al gobierno.
         Y naturalmente siento entonces la responsabilidad de estas conmociones. Miro en ellas una secuela de mi artículo. Y me pregunto si valía la pena expresar una convicción a tan cuantioso precio.

No he sido yo el ofensor  

         Antes de pasar adelante he de aclarar el alcance de las palabras mías que han soliviantado a la oficialidad joven y susceptible. No lo he hecho ya porque no se avenía con mi dignidad de escritor responder a un ataque con una explicación, por altiva que esta explicación fuese. Ahora tengo que hacerlo porque es mi responsabilidad quien me pide la explicación.
         Dice el párrafo de mi artículo mal interpretado en el ejército: que “la oficialidad está compuesta, en un noventa por ciento, por gente llevada a la escuela militar unas veces por la miseria del medio y otras veces por el fracaso personal”.
         Y bien.
         Esta no es una ofensa al ejército. No lo es por la intención. No lo es por los términos. No lo es por la idea. La miseria del medio nos aflige a todos. Desvía cruelmente las vocaciones de los hombres. En un país rico y activo la gente puede elegir libre y fácilmente el empleo de su capacidad. En un país pobre e inerte no ocurre lo mismo. La gente más apta suele ser vencida por la miseria del medio. La miseria del medio es más fuerte que su aptitud. El fracaso personal no es, por ende, una culpa ni es, mucho menos, una vergüenza. Es una consecuencia frecuente y triste del estado económico del país.
         Yo, pues, no le he reprobado ni le he inculpado nada a la oficialidad. Tan solo le he discutido la vocación militar. Y no se la he discutido desde un punto de vista lesivo para su honor ni para su orgullo. Se la he discutido tan solo desde un punto de vista panorámico y general.
         Creo oportuno un ejemplo. Y considero que el ejemplo que puedo presentar con más sinceridad es, sin duda alguna, el ejemplo mío. Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la miseria del medio, yo no escribiría diariamente, fatigando y agotando mis aptitudes, artículos de periódico. Escribiría ensayos artísticos o científicos más de mi gusto. Pero escribiendo versos o novelas yo ganaría muy pocos centavos porque, como este es un país pobre, no puede mantener poetas ni novelistas. Los literatos son un lujo de los países ricos. En los países como el nuestro los literatos que quieren ser literatos —o sea comer de su literatura— se mueren de hambre. Por esto, si mi mala ventura me condena a pasarme la vida escribiendo artículos de periódico, automatizado dentro de un rotativo cualquiera, me habrá vencido la pobreza del medio. Seré un escritor condenado al diarismo por el fracaso personal.
         Luego no se puede decir sensatamente que yo haya ofendido a la oficialidad. He hablado sin circunloquios y sin disfraces porque así es mi costumbre. Pero no he hablado con procacidad.
         Sin embargo, llevo mi honradez hasta el extremo de investigar el origen probable de la equivocación de la oficialidad queme ha juzgado mal. Y me imagino encontrarlo. Mi artículo, como más arriba lo declaro, no fue sino un índice de mis opiniones. Cada opinión mía apareció en ese artículo sin sus comprobaciones por la sencilla razón de que las comprobaciones de cada opinión habrían ocupado un artículo entero. Ha sido tal vez por esto que no se me ha entendido bien. Una opinión cualquiera, extraída de ese índice, ha sido suficiente para causar tal cual alarma o tal cual aprensión en los ánimos tropicales y nerviosos que nos rodean.

Un voto que es una esperanza  

         Tanto gesto desmandado y agrio, tanta voz altisonante y dura y tanto comportamiento penoso y anormal podrían hacerme desesperar del ejército de mi patria. Podrían hacerme caer en el pesimismo más acerbo. Podrían hacerme pensar que había llegado para las instituciones peruanas una hora de desquiciamiento sombrío. Podrían hacerme suponer que habíamos entrado en un período de pleno y absoluto señorío de la fuerza y de sus coacciones.
         Pero quiero tener fe en los destinos del Perú. Para tenerla necesito olvidarme de que se me ha atacado por haber emitido mis ideas. Y bien. Me olvido de que se me ha atacado. Un arrebato, un estrépito me parecen cosas muy propias de la psicología nacional. Y, sobre todo, creo indispensable razonar por encima de ellas.
         Mi aspiración actual y vehemente es la aspiración de que el ejército del Perú no se aparte de su deber. De que el ejército comprenda la austeridad de su rol. De que el ejército no olvide que es tradicionalmente la institución donde se conciertan, guardan y cultivan las virtudes más caballerescas, pundonorosas y bizarras.
         Y mi aspiración, por ser muy intensa y muy grande, es una esperanza.

José Carlos Mariátegui


Referencias


  1. Publicado en El Tiempo, Lima, 27 de junio de 1918. ↩︎