6.6. La estatua de Castilla, por Lozano

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Va a inaugurarse dentro de breve plazo en la plazuela de La Merced una nueva estatua. Es la estatua del mariscal don Ramón Castilla, obra del artista nacional David Lozano.
         Los excelentes juicios que merecieron esta obra de arte a personas de autorizada opinión, habían despertado mi interés por conocerla y fue por esto que tuve a viva complacencia visitar el taller de Lozano y apreciar al mismo tiempo otros trabajos de este escultor.
         El señor Lozano es un artista modesto, trabajador, sin pretensión alguna que oscurezca sus méritos, que labora callada y activamente, ajeno a todo ostentoso alarde de vanagloria, de esos que distinguen a otros menos fecundos, pero sí presuntuosos. Esto lo hace extremadamente simpático y predispone favorablemente para la apreciación de sus obras. Sinceramente declara que no tiene patente de aprendizaje o perfeccionamiento en academia alguna de allende ni aquende el Atlántico y que sus conocimientos los ha adquirido casi por exclusivo y personal esfuerzo.
         Una obra así que no viene consagrada por óleos académicos requiere de la crítica un criterio de estudio, sereno y amplio, y fuerza a poner de lado pragmáticas y reglas que para este caso vienen demasiado estrechas y rígidas.
         Y un artista como Lozano, artista de corazón, que se ha consagrado con todos sus entusiasmos y energías a la escultura, en un medio tan estéril, sin apoyo y atendiendo al mismo tiempo a la lucha por la existencia, tiene título sobrado para que se le aliente y estimule y se haga toda justicia a su labor.
         Invitado galantemente por Lozano, a quien solo con esta oportunidad he tenido la ocasión de conocer, cosa que creo acreditará la sinceridad e imparcialidad de mis conceptos, lo he visitado en su taller. Es un apartado local de los barrios de La Exposición donde el artista trabaja. Había allí algunos bustos y estudios en yeso, terminados unos, inconclusos otros, y sobresalía la grande estatua del mariscal Castilla, que es sin duda alguna el trabajo de más aliento que Lozano ha realizado.
         Es esta una estatua de bronce, de más de dos metros de altura, en la cual se ultimaban detalles de poca cuantía. La figura arrogante del mariscal libertador se yergue en gallarda actitud. El porte es marcial, el ademán sereno, enérgica la expresión de la cabeza, esa sugestiva cabeza de caudillo, y firme y definido el gesto todo. Vestido militarmente, el mariscal está de pie y apoya una mano en la empuñadura de la cincelada espada que pende de la cintura. El parecido fisonómico, a juicio mío, es un acierto. Lozano es un artista vigoroso, valiente en los trazos, que no gusta de líneas vacilantes ni anodinas. Y estas cualidades hacían falta para esculpir en rasgos decisivos la interesante cabeza de don Ramón Castilla, de la cual, como dejo dicho, Lozano es un hábil intérprete.
         Lozano es no solo autor del modelo en yeso. El mismo ha dirigido la fundición de la estatua en bronce. Y es la primera vez que un peruano efectúa obra de esta naturaleza, si no me engaño. Sin más auxiliares casi que su voluntad y contracción, Lozano ha vencido este segundo trabajo en forma feliz. Y ha dirigido también la construcción del pedestal, trabajado en granito artificial, por un competente profesional italiano, el señor Canciano.
         De los hombres públicos, cuyos nombres registra la historia nacional, pocos más sugestivos que este bizarro luchador que fue don Ramón Castilla. Es una figura de singular relieve, un tipo sobresaliente y auténtico del caudillo que ha ido gradualmente desapareciendo de la América Latina. Sus idealismos, sus arrogancias, sus nobles gestos, su ruda y franca noción de las cosas, su intuitiva convicción de las necesidades nacionales, hacen de él un grande hombre y un grande hombre acreedor al homenaje de admiración de las generaciones actuales y por venir. La obra de Lozano tiene, pues, la alta significación de llenar un deber de la gratitud nacional y esta circunstancia acrecienta su mérito.
         La visita al taller de Lozano da la impresión de que es un enamorado del arte, un devoto de la belleza plástica, un escultor toda verdad. La variedad multiforme de la estatuaria es campo abierto a las concepciones de su imaginación inteligente y sobria. En sus trabajos se advierte vida, naturalidad, vigor. El artificio está proscrito. Vemos allí un busto de José Gálvez, destinado a la plaza de Cajamarca, suelo natal del héroe, sencillo y expresivo. Un busto de don Nicolás de Piérola, que merece elogio por la precisión del parecido y la riqueza de expresión. Y así otros trabajos que hablan de un arraigado espíritu artístico, de un cultivado gusto y de una discreta habilidad de modelador.
         Lozano ostenta limpios y valiosos títulos para que se le tribute un aplauso sincero. Yo quiero otorgárselo sin limitaciones, confesando que en la modestia con que este artista trabaja, fecunda y silenciosamente, encuentro yo su mejor virtud. Sobre todo, en tierra como la nuestra donde las reputaciones falsas y los méritos de oropel son fáciles y accesibles a los que hacen del arte un campo de diletantismo detestable y comercial. Lozano, que es un artista de verdad, se ha apartado de este camino de triunfo barato pero efímero. Fervientemente le deseo que sus méritos reales le abran, paso a paso, el camino del triunfo a que puede aspirar.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 30 de abril de 1915. ↩︎