5.9. Carta abierta de revoltoso al Conde de Lemos

  • José Carlos Mariátegui

 

Excmo. Señor Conde de Lemos:1
         Asaz ofensiva para los caballos de carrera es la investigación que hacen sus personajes Mercadante y Heliodemo en unos “Diálogos Máximos” sobre nuestro origen lejano y abstracto.
         Pensar, Señor Conde de Lemos, que los caballos de carrera fuimos, antes de una transmigración vituperable, militares que corrieron en las batallas, es arbitrario, procaz, insolente, avieso y caprichoso. La especulación mental de sus locuaces Heliodemo y Mercadante pudo desenvolverse dentro de orientación más cortés y tendencia más respetuosa para los caballos de carrera. Pudo buscar nuestro origen en el centauro alígero, en la alada cuadriga del sol, en un valor más acertado, noble y mítico de la velocidad, en vez de apartarse tan sensiblemente del buen razonar y del ponderado discernir.
         No existe en nuestros avances más remotos evocación alguna de alma del desertor. No es ideal en nosotros la fuga. Somos la expresión científica de la fuerza motriz en el motor de bencina del automóvil y en el motor eléctrico del linotipo. La ciencia, sabia y analizadora, ha consagrado el sentido del caballo en la naturaleza con la creación del término significativo de “caballos de fuerza”.
         No hay entonces asidero dogmático posible en las abstracciones versátiles de usted. Y, pues, no lo hay, sospecho que el móvil de su divagación es esencialmente agresivo y zahiriente para los caballos de carrera.
         Yo soy un honesto caballo nacional. El sentimiento patriótico late en mi corazón sin debilidades ni apocamientos. Sería yo en la guerra el caballo de la carga al enemigo. Tal vez sería el caballo heroico de Alfonso Ugarte. Es imposible que me conforme con la sospecha de que mi lejano antecesor peruano haya sido un coronel prófugo, hecho caballo de carrera después de un complicado o sencillo proceso metafísico. Aparte de que denominándome Revoltoso podría pensarse que mi antecesor, además de coronel, fue montonero y corrió, no en medio de la fragorosa pelea campal sino en medio del furtivo tiroteo de una quebrada.
         No soy ególatra. Soy modesto y simplicio. Me alimento con el grano humilde y la yerba campesina. Pero no puedo consentir que se me suponga la transmigración de un coronel de montonera.
         Afirman Mercadante Helio demo que un buey rural será más tarde, por la metempsicosis, marido metropolitano. Tal vez a los maridos no se les ocurra protestar contra la invectiva de usted. Los caballos de carrera no podemos hacer lo mismo. Tenemos gran orgullo en nuestra leyenda y en nuestro mito. Nuestra genealogía espiritual no ha transigido jamás con parentescos deshonrosos. Será acaso que con los maridos es usted justo y con los caballos no.
         Nuestro linaje zoológico está en la Arabia. Fuimos en el pasado los raudos caballos de los señores de España. Portamos de un castillo a otro, a través de fosos, hondonadas y valladares, el enamorado, tibio y frágil cuerpo de una princesa castellana robada por un guerrero moro. Tuvimos en el desierto el ideal perenne del horizonte. Adquirimos para nuestra raza, gracias a este ideal, el privilegio de nuestra ligereza.
         La carrera, pues, no es en nosotros huida. Es manifestación de un ideal que ha sido el ideal de nuestro progreso zoológico. Corremos por Convicción. Amamos el esfuerzo. Jamás desertamos de la lucha. ¿Ha visto usted, Conde de Lemos, a algún caballo que a la mitad de la carrera vuelva la espalda a sus rivales y huya de ellos? Seguramente no. En nosotros la velocidad es noble progreso, como lo es en el aeroplano, como lo es en el vapor.
         Los hombres no nos han sistematizado: nos han seleccionado. Han inventado el pedigrí como una garantía de nuestras aristocracias peculiares. Nos han alejado del caballo plebeyo y nos han buscado ayuntamiento distinguido.
         El caballo de carrera es un animal denodado y heroico. Es un animal fiel. Ninguna de sus cualidades se aviene con la deserción. Vive sometido a la obediencia y a la disciplina. Observa la austera virtud de la castidad. Ama el boxe solitario porque propicia la meditación. Sabe que su descendencia está legitimada y legalizada. Tiene acendradas inquietudes intelectuales. Sufre hiperestesias. Y en el hipódromo, admirado por miles de hombres, siente el orgullo que debió sentir el discóbolo heleno, el efebo gallardo y triunfador.
         Usted, señor Conde de Lemos, es inteligente y comprensivo. Creo que su discernimiento mordaz ha sido solo un gesto de humorismo. Y lo invito a hacerme una interview y a hacerle luego otra a un coronel en quien su mirada zahorí avizore un futuro caballo de carrera, para que descubra toda la disimilitud que existe entre el alma de un caballo de carrera y el alma de un coronel con virtualidad metafísica de desertor.

Referencias


  1. Publicado en El Turf, N.º 74, Lima 2 de junio de 1917. ↩︎