5.6. Un discurso: 3 horas, 48 páginas y 51 citas

  • José Carlos Mariátegui

¿Gramática? ¿Estilo? ¿Ideas?: O
Acotaciones marginales1
 

         Yo soy un hombre ingenuo, bien intencionado y cristianísimo, que leo los periódicos, colecciono estampillas, estudio heráldica, asisto a conferencias públicas, me visto de levita en los días de Semana Santa, creo en nuestra democracia, creo en nuestro progreso, creo en nuestros eruditos, creo en nuestras autoridades literarias y científicas. Yo soy un humildísimo admirador de todas nuestras glorias, pasadas, presentes y futuras. Yo las reverencio aun cuando las ignore. Yo tengo todos los optimismos patriotas que cuantos me rodean me exigen.
         Pero he escuchado hace cuatro días un discurso muy largo de un sabio joven y buen mozo, que hace mucho tiempo he oído nombrar con elogio a otro joven abogado, amigo mío, que enseña gramática en una escuela particular y que pertenece a un partido político denominado futurista, sin duda alguna porque en su declaración de principios se puso añejas tendencias y conservadoras orientaciones. Este sabio joven y buen mozo es el doctor José de la Riva Agüero, de quien se dice tiene aristocrático abolengo, que muy bien se compagina con la euforia soberbia de su nombre de caballero ilustre y noble hidalgo. Y por mucho que su discurso —tres horas, 48 páginas y 51 citas—, tenga condiciones de extensión y volumen indiscutibles, y que el señor de la Riva Agüero, a quien no conocía, me haya parecido simpática, lozana y rozagante persona, yo que soy tan crédulo, tan humilde y tan manso, me he preguntado tímidamente si seguiré creyendo con el joven abogado futurista, muy amigo mío, que el señor Riva Agüero es en realidad un sabio pensador y literato.
         Es verdad que un día, no muy lejano, leí en un periódico un artículo que loaba al señor Riva Agüero, a propósito de un libro que tiene en prensa y en el cual ha reunido varias impresiones sobre el Cuzco, asiento de un trono, una dinastía y una civilización gloriosas que el señor Riva Agüero admira y estudia. Suscribía esa loa el señor José Gabriel Cosio, escritor cuzqueño. Y copiaba entre dos ditirambos un párrafo del propio señor Riva Agüero describiendo un paisaje. Observé que el señor Riva Agüero empleaba a cada instante una comparación. Y observé que casi ninguna de las comparaciones del señor Riva Agüero servía para dar la sensación del paisaje y formaban todas ellas una sucesión de frases más o menos sonoras, pero al mismo tiempo ociosas, imprecisas y aun vulgares. Yo he leído que la comparación en la descripción del paisaje debe ser muy exacta y emotiva para ser tolerable y mucho más en un literato reputado con justicia o sin ella Encontré muy justas las observaciones que relativamente a la descripción del paisaje leí en un libro de Azorín, que cobijaba algunas otras muy acertadas ideas estéticas, impugnadas recientemente con flaqueza y escasez de argumentos y razones por el señor Julio Casares. Conforme a las observaciones de Azorín que reflejan y juntan verdaderas normas estéticas, el párrafo del señor Riva Aguero, vulgar y árido por lo demás, era un pobre párrafo plagado de tranquillos y subterfugios. Sin embargo, no llegué a dudar de la calidad literaria del jefe de mi amigo futurista y pensé que el señor José Gabriel Cosio era probablemente un enemigo suyo que, maliciosamente, reproducía la más menguada página de las muchas brillantes que sin duda había escrito el señor Riva Agüero, y que disfrazaba la malevolencia con mentidos elogios. ¡Así soy yo de ingenuo, crédulo, manso, humilde y celoso del lustre de las reputaciones nacionales!
         Y llegó el sábado santo. Yo, sin sospechar que el discurso del señor Riva Agüero llegase a cincuenta páginas, fui a la Universidad, con el honesto deseo de enterarme de la verdadera importancia de la obra del inca Garcilaso de la Vega, respetabilísimo y egregio hidalgo a quien dio el naipe no solo por las andanzas guerreras y los estudios teológicos sino también por escribir muchas páginas históricas que han encontrado, más de trescientos años después, entusiasta, devoto y perseverante defensor y exégeta en el señor Riva Agüero. Y escuché el discurso del Sr. Riva Agüero, libre en todo momento de la tentación de dormirme o atenuar mi atención. Desde entonces me afligen serias y graves dudas acerca de la calidad de literato y pensador que mi amigo el joven abogado futurista atribuía al señor Riva Agüero.
         Pensé que una malicia de mis oídos o una fragilidad de mi entendimiento no me habían permitido comprender en el primer instante toda la sabiduría, galanura, agilidad y sustancia del discurso del señor Riva Agüero y esperé que los diarios lo publicaran para leerlo con más detención y sosiego. Después de leerlo, a la verdad he sentido que mi curiosidad me condujese a la blasfema convicción de que el joven abogado futurista amigo mío me ha exagerado lamentablemente la donosura y sazón del talento literario de su jefe ilustre.
         El señor Riva Agüero se proclama afiliado de la escuela clásica y devoto del purismo, de la precisión y del gusto discreto. Reprueba las modernas tendencias literarias que llevan “a las inciertas regiones de la penumbra, la indecisión y la exorbitancia, que a otras razas proporcionaran bellezas inestimables, pero que no dejan a los nuestros, según lo acredita una experiencia tres veces secular, sino la palabrería más vana y hueca y los más torpes balbuceos”. Es un enemigo del exotismo modernista. Un adversario de toda novación. Un académico que proclama la inexorabilidad de las reglas gramaticales.
         Leed, sin embargo:
         “Las probanzas de servicios del conquistador Garcilaso, adicionadas con una demanda de restitución de tierras a favor de la palla doña Isabel se substanciaban con lentitud española; pero llevaban buen giro y su hijo esperaba con fundamento, etc.”
         El clásico que patrocina la inexorabilidad de las reglas gramaticales probablemente sabría explicarnos a todos los irreverentes y a todos los pobres diablos si hay corrección académica en las líneas trascritas. ¿Quién “esperaba con fundamento” etc., era hijo de “las probanzas de servicios”, de “la demanda adicionada”, del “buen giro”? ¿De la palla doña Isabel? ¿Pero no habíamos quedado en que había que alejarse de “las inciertas regiones de la penumbra, la indecisión y la exorbitancia”?
         Al margen del discurso, yo colocaría muchas observaciones más graves que esta que resulta trivialísima, insignificante y tonta, si se la compara con otras que contemplan lamentables yerros en los cuales anda la sabia pieza más pródiga que cualquier arbitrario y juvenil ensayo modernista.
         Y si queréis algunos de los no muy veniales, pasad los ojos por las siguientes líneas:
         “Su arma, a lo menos en cierto tiempo, hubo de ser la de arcabuceros”, que es igual a: “Su arma, hubo de ser la de artilleros”, cosa que no diría ningún modesto cronista de esta ni de otra época.
         “Entre las lecturas, hacía siempre gracia, en mérito de sus bellezas, a los grandes poetas y prosistas”. Nada consiente decir que “entre las lecturas se hace gracia a los poetas y prosistas”, no solo porque no existe corrección ni claridad en la frase sino porque ninguna de las acepciones de la palabra “gracia” permite a un “purista” la libertad de emplearla en esta forma.
         “Su devoción se enfervorizó”. Devoción tiene entre otras acepciones la de equivalencia con fervor. Es, pues, demasiada redundancia para un “clásico” escribir “Su devoción se enfervorizó”.
         “Las excelsas y canas cumbres de los Andes”. Aparte de que la palabra “cana” como comparación, es pobre y deplorable, el diccionario la define así: “Cana: cabello que se ha vuelto blanco”.
         “En obedecimiento a sus últimas voluntades”. Este plural está muy mal empleado en una pieza clásica y parece puesto por la mano intrusa de un arbitrario de esos que buscan “las inciertas regiones de la penumbra, de la indecisión y la exorbitancia”.
         “Pretenso plagio”. El “purista” maestro ha escrito “pretenso” por “pretendido” usando esta palabra en sustitución de “supuesto” que es el término justo. Y “pretendido” desentona en cualquiera pieza clásica.
         “Y se pasma en cambio ante el “lamido” y remilgado Solís”. ¡Lamido!
         El diccionario, invocado en este trance, diría así: Lamido - Part. pas. de lamer o de lamerse, Adj. fig. Gastado por uso o roce continuo.
         “Caudalosa y tersa diafanidad de estilo”. Diafanidad significa transparencia. Una diafanidad caudalosa es algo que no se encuentra fácilmente ni aún en los novadores y revolucionarios de la literatura modernista que tan mal trata el señor Riva Agüero. He aquí dos definiciones del Diccionario: “Caudalosa, adj. Que lleva mucha agua hablando de ríos. Opulento, rico, acaudalado”. “Diafanidad. Cualidad, condición, naturaleza de lo diáfano”. “Diáfano. Transparente. Cristalino”. Nadie ha escrito todavía “caudalosa sutileza” que sería un disparate del cual Dios nos libre.
         Pero, creo que no vale la pena seguir buscando en el discurso del señor Riva Agüero los yerros y arbitrariedades que a veces, pocas acaso, se permiten los novadores. Basta con copiar un solo párrafo, si este tiene tan sabrosos “gazapos” como el siguiente:
         “La educación literaria no debe ser la primera, pero sí una de las más principales e importantes atenciones de la opinión pública y de esta ilustre universidad. Las letras están llamadas a ser gala y blasón de nuestra vieja tierra. Cuando los estudios mejoren y logremos levantarlos del deplorable abatimiento en que yacen, estoy cierto de que nuestros jóvenes, compenetrados con la tradición del país o impregnados de ella, sabrán continuar y profundizar las tendencias y direcciones patrias, y afirmarán así el original matiz peruano. Y como las esperanzas, para no ser baldías, han de nacer y sustentarse en los recuerdos, saludemos y veneremos como feliz augurio la memoria del gran historiador en cuya personalidad se fundieron amorosamente incas y conquistadores, que con soberbio ademán abrió las puertas de nuestra particular literatura y fue el precursor magnífico de nuestra verdadera nacionalidad.
         He dicho”.
         Para no ser severo conviene olvidar que este párrafo, con el cual remata y culmina su discurso el señor Riva Agüero y al cual debe suponérsele por lo mismo adornado con las mayores galas de la retórica y del concepto que pudo imaginar, es el párrafo más vacuo, pobre, amorío, pedestre, vulgar, mediocre e insípido con que puede concluir no solo un elogio académico sino hasta un insignificante artículo conmemorativo de periódico o un discurso de actuación provinciana o escolar. Atendamos solo a su estilo y gramática. Releed:
         “La educación literaria no debe ser la primera, pero sí una de las más principales e importantes atenciones de la opinión pública y de esta ilustre universidad”.
         Si a la fugaz literatura de diarios y revistas cabe exigirle la proscripción de tan lamentables yerros gramaticales, mayor tiene que ser esa exigencia cuando se trata de una pieza retórica, pródiga en citas y nutrida en análisis y referencias, en cuya confección hay que suponer que el autor puso tiempo, estudio, prolijidad y cuidado. Y “más principales” se puede estilar solo en la arbitraria charla del vulgo ignorante de gramáticas y dominado por barbarismos de toda especie. ¡Más principales”! La tolerancia en este caso impondría la disculpa de todos los “más mejor” que desentonan aun entre las gentes ajenas a todo conocimiento elemental de la lengua.
         Y sigue: “Las letras están llamadas a ser gala y blasón de nuestra vieja tierra”. ¿Por qué denomina el doctor Riva Agüero vieja a nuestra tierra? ¿No es ya un lugar común aquello de nuestra joven nacionalidad? Y, por otra parte, yo juro que en los modernistas reacios al purismo y al academicismo no es fácil encontrar esas tres sucesivas asonancias de “nuestra vieja tierra” capaces de ser advertidas por el oído más profano.
         “Cuando los estudios mejoren y logremos levantarlos del deplorable abatimiento en que yacen, estoy cierto de que nuestros jóvenes, compenetrados con la tradición del país e impregnados de ella, sabrán continuar y profundizar las tendencias y direcciones patrias y afirmarán así el original matiz peruano”.
         Aparte la escasa claridad del concepto, precisa fijarse en que la frase “cuando los estudios mejoren” se aviene mal con la de “levantar a los estudios del abatimiento en que yacen”, porque el vocablo “abatimiento” significa acción o efecto de abatir y abatir, en este caso, derribar, derrocar, echar por tierra. Quien dispone de tan rico léxico, pudo emplear palabra distinta de abatimiento para guardar mejor el orden y la conexión íntima de las palabras y no colocar estas al azar, con mengua de la limpieza en la expresión y de la justeza de la frase. Hay que reparar también en que “nuestros jóvenes” estarán “compenetrados”, o penetrados solamente de y no con la tradición y que es muy impropio decir “impregnados de la tradición” porque hay que pensar en que se usa este término en sustitución del símil “empapados” exótico en quien como el comentador de Garcilaso debía huir de toda exageración en los términos figurados. Escribir “continuar y profundizar las tendencias” es igual a escribir “seguir y amalgamar las virtudes”. Dos términos que no se avienen ni concatenan bien y que, como indican cosas distintas, llevan a “las inciertas regiones de la penumbra, la indecisión y la exorbitancia”.
         “Y como las esperanzas, para no ser baldías, han de nacer y sustentarse en los recuerdos”.
         ¿Por qué las esperanzas, para no ser baldías, han de nacer y sustentarse en los recuerdos?
         “Saludemos y veneremos como feliz augurio la memoria del gran historiador”.          No hay la precisión ni justeza clásicas recomendadas cuando se considera a la memoria como augurio, porque precisamente la memoria es el pasado y el augurio es anuncio de lo venidero. La frase tiene pues además de todos los defectos de oscuridad, que tanto riñen con el estilo clásico, el de sugerir ideas opuestas que dificultan, enredan y desvirtúan el concepto.
         “En cuya personalidad se fundieron amorosamente incas y conquistadores”.
         Este nuevo término figurado puede emplearlo sin que le cueste tacha, un escritor que no haga auto de fe de los hermetismos clásicos, y, aun así, este escribirá seguramente: “se fundieron los caracteres o las virtudes de incas y conquistadores”, pero no “se fundieron incas y conquistadores” que es un abuso de la elasticidad del vocablo fundieron pues “fundirse” según el Diccionario es derretirse, deshacerse, liquidarse, ser fundido, y en acepción anticuada y figurada hundirse, anonadarse, sumergirse, reducirse a la nada, desaparecer.
         Tales yerros y deficiencias, que revelan a veces menosprecio de la gramática y olvido de la justa acepción de las palabras, serán tolerables con las limitaciones que impone el buen gusto, en los escritores que se exoneran de la justeza académica e incorporan en su literatura tendencias revolucionarias y caprichosas en busca de preciosismos, sutilezas o aciertos de emoción que no conciben dentro de rigorismos o cárceles. Pero en un paladín del estilo clásico son no solo el mayor anacronismo, el mayor renuncio, la mayor herejía literaria, sino también señales de una contradicción flagrante entre las doctrinas que se predican para los demás y la obra que se realiza con desdeño de ellas.
         Yo he buscado también en el discurso del señor Riva Agüero, deseoso de hallar disculpa para sus restantes flaquezas, caudal de ideas, conceptos y observaciones que hiciesen perdonables los deslices de estilo y gramática en honor a lo nuevo, sazonado, jugoso y robusto de los pensamientos. Pero he tenido que confesarme que cuando el señor Riva Agüero sale del terreno de las citas, de las referencias, y del relato cronológico, repite conceptos que ya se le conocían. Y cuando el crítico aparece y con él su examen y apreciaciones sobre la literatura nacional, dice así: “La calidad del clásico no estriba esencialmente en estar atiborrado de latín y griego, ni menos en atenerse a caducas preceptivas retóricas y poéticas”. ¿Hace a sus oyentes o lectores el poco honor de suponer que aun puedan pensar que la calidad del clásico estriba en tales cosas? No, señor Riva Agüero. Aquí cuantos saben algo de literatura no ignoran lo que dice Ud. en su discurso con el énfasis de un descubridor de verdades, sentencias y pragmáticas.
         Y después de esa vulgaridad pedestre y casi inverosímil, el señor Riva Agüero proclama el fracaso del gongorismo, del romanticismo y del modernismo en la literatura patria. Yo creo que se podría escribir muchas páginas contestando la sentenciosa afirmación del señor Riva Agüero y que lo harán sin duda cuantos puedan probarle que no hay exactitud y serenidad en sus apreciaciones.
         Hoy interrumpo estas líneas que me ha sugerido un discurso, del cual podía hacerse la mejor síntesis en la siguiente fórmula aritmética:
         3 horas + 46 páginas + 51 años = 0 ideas = 1,000 yerros.
         La fórmula podía ser más compleja y gráfica, pero entonces se oscurecería y confundiría y yo, que no pienso como el señor Riva Agüero, gusto no obstante de la claridad y limpieza en la expresión.
         Tendrá esta fórmula una simplicidad de teorema para cuantos recurran a la lectura del sabio discurso.
         Y tendrá acaso la virtud de que, como yo, que soy ingenuo, crédulo, humilde, manso y tímido y celoso de las reputaciones patrias, se rebelen hoy contra la admiración a la calidad literaria del señor de la Riva Agüero.
         Por la copia:

X. Y. Z


Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 30 de abril de 1916. Transcrito en Mariátegui y su Tiempo; apéndice 1, de Armando Bazán, Tomo 20, Edición Obras Completas y en Páginas Literarias, seleccionadas por Edmundo Cornejo Ubillús, Lima, 1985, pp. 31-40. ↩︎