5.11. El centenario de Ruskin

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Inglaterra celebra el centenario de John Ruskin. Está orgullosa de haber dado nacimiento a este hombre ilustre. Pero Ruskin no pertenece a ella sola. En todos los países del Universo cuenta con admiradores, más que eso, con discípulos. Las circunstancias actuales son propicias para justificar y exaltar esta veneración. Ruskin fue un precursor. Para comprender la acción prodigiosa que ejerció, hay que asumir su vida.
         Durante la primera fase de su existencia, Ruskin es casi exclusivamente un contemplativo. Pero pronto se revela en él un segundo personaje. Tras de haber gozado solitariamente de la Naturaleza y del Arte, quiere comunicar a sus semejantes el entusiasmo de que está penetrado e iniciarlos en el misterio que le ha revelado la bondad divina. Se torna apóstol, funda escuelas, talleres, quintas modelos en las que pone en vigor los procedimientos y los útiles primitivos de nuestros antepasados. Las conquistas de la civilización, los ferrocarriles, la maquinaria industrial, el empleo del vapor y de la electricidad, le inspiran un invencible horror. Estima que estos pretendidos progresos envenenan a la sociedad, destruyendo en ella lo que formaba en otro tiempo su encanto, la ausencia de ambición, la sencillez de las costumbres.
         Consagra a estas fundaciones los cinco millones que le ha dejado su padre, y queda pobre. Escribe libros, obtiene una cátedra de la Universidad de Oxford, y el público se disputa sus libros y se aglomera en torno de su cátedra. Millones de neófitos conmuévense a su voz, hacen circular su verbo, propagan su doctrina.
         En este sistema todo se encadena estrechamente. “El arte no debe reproducir sino cuerpos hermosos y paisajes inviolados. Arrojemos lejos de nosotros la fealdad de los paisajes, suprimamos las fábricas que los deshonran y las humaredas que los ennegrecen. Restituyamos a los adolescentes la fuerza, la agilidad, la elegancia física que han perdido; instituyamos concursos de bailes y luchas atléticas. El hombre y la mujer han sido hechos por Dios perfectamente nobles y agradables a los ojos uno del otro”.
         Sus ideas han levantado innumerables simpatías. No solamente han acariciado a los desheredados, sino a los privilegiados. Para el desarrollo lógico de su tesis, Ruskin se ha enfrentado con la cuestión social. El esteta vuélvese sociólogo; una de las causas que contribuyen a la degradación del animal humano es la miseria, suprimamos la miseria.
         ¿Pero cómo? No existe más que un medio, que es, si no igualar, por lo menos moderar la riqueza. Ruskin traza una fúnebre pintura de los males engendrados por el amor del oro. Gastamos todas nuestras fuerzas en amontonarlo. Nuestras frentes se llenan de arrugas, nuestras espaldas se encorvan bajo la fatiga de una labor excesiva. Y como tenemos asegurada nuestra existencia, queremos, ¡oh detestable orgullo! acumular capitales inútiles; satisfechas nuestras necesidades, continuamos llenando nuestros graneros. Y todos los goces que podríamos saborear, dejan de ser desinteresados, y no llegan a nosotros sino a través de cálculos y de avaricia.
         Si la humanidad logra curarse de este vicio, conocerá al fin la felicidad. No habrá ricos ni pobres. La abundancia correrá como un río de leche. Todas las vírgenes se casarán con el escogido, el mismo día del año. Día de alegría y de felicidades universales. Los rieles de los ferrocarriles serán arrancados; cada uno nacerá, vivirá y morirá en su villorrio, lejos de la corrupción de las ciudades, lejos de los sitios de escándalo, de los music hall y de los cabarets. Y cada uno trabajará, pero tranquilamente y sin fiebres. Del mismo modo desaparecerán a un tiempo el cansancio y la ociosidad. Ruskin, cada vez más conmovido, exhorta a las mujeres a apresurar, por sacrificio espontáneo la creación de este paraíso terrestre. “Cuando encarguéis un vestido a la costurera, dice, en vez de adornarlo con encajes preciosos y con joyas, ordenad que se fabriquen seis vestidos modestos, guardad uno y dad los otros cinco a las pobres niñas que no tienen con qué comprarlo”. Semejantes consejos brotan de su corazón angélico. Esa es la manera ingenua y encantadora como Ruskin comprende la organización de la vida sencilla.
         Por una ironía singular, Ruskin reclutó sus más fervientes adeptos en la clase a la que combatía. Conquistó a los ricos condenando a la riqueza. Llevó a cabo conversaciones que hasta entonces habían sido meramente platónicas entre los enamorados de la belleza. Se le aplaude, se le aprueba, pero se obra poco. El egoísmo reina siempre y el problema no se resuelve.
         Sin embargo, los generosos utopistas de la raza de Ruskin, redoblan sus esfuerzos y siembran a manos llenas la semilla de la idea del maestro. Su apostolado no podrá ser estéril. Sin duda alguna, tarde o temprano, la buena semilla germinará.

Referencias


  1. Publicado en La Razón Lima, 27 de junio de 1919. ↩︎