4.2. La Cosecha
- José Carlos Mariátegui
1Con el estreno de La Cosecha, Julio Baudouin ha afirmado los prestigios de autor dramático que le conquistaran su primera producción.
Obra fuerte, emocional, robusta de concepción y llena de colorido, es La Cosecha un sencillo poema campesino que en la escena adquiere singular relieve.
No hay en ella solo el retrato valiente y vigoroso de un estado social; hay también color y armonía, cuadro pintoresco y apacible de pueblecito andino, cálido idilio pastoral, ambiente de adormido y sonoroso paisaje en que vibra solo el clamor quejumbroso del ganado y el eco de la trompa del pastor.
Y es que Baudouin, aparte de ser un espíritu cultivado, observador y altruista, que aborda un serio problema patrio, es también un poeta, un sentimental, que sabe sentir el encanto imponderable de los panoramas campesinos y la melodía remota de los indios que tan bien expresa la melodía de sus quenas. Por eso en La Cosecha, junto al retrato de la vida miserable y rústica de los indios, palpita la tristeza de las serranías y la dolorosa aflicción de sus pobladores.
Es el cuadro primero un ambiente de primavera, de paz y florecimiento. Bajo los rayos del sol que se quiebran en sus haces, triunfa la armonía de oro del trigal, fecundo y rico. Suena la canción regocijada de los segadores que celebran La Cosecha y con La Cosecha el advenimiento de la fiesta de la Virgen protectora. Solo interrumpe la alegría de los campesinos, que cantan esta canción de primavera, la pesadumbre del indio cultivador que sabe que todo aquello es para el gamonal, para el amo déspota que otrora le brindara hipócritamente su protección fatal y maldecida. Del indio que siente que solo son suyos el esfuerzo, el trabajo, la tierra, el aliento generoso que la fecunda, que hace crecer el trigal y florecer las espigas, y que son ajenas la producción, los frutos que pródigamente le ofrece el suelo en retorno a los cuidados que le dedica.
No desmerece en belleza el segundo cuadro. En el interior de la choza del pobre indio, vibra la música lánguida de las serranías y hay parejas que danzan a su son. El dolor del indio se agiganta y, cuando el ultraje del amo lo hiere, bulle en su pecho el ansia de vengarse y de impedir que se le quite lo que es suyo únicamente. Son escenas plenas de colorido y fuerza dramática. Al final, suena un rumor de fiesta. Se acerca la procesión de la Virgen del pueblo, de la virgen buena y compasiva que da lluvias copiosas y evita las heladas. Los indios se postran en el umbral de la choza y murmuran sus plegarias quejumbrosas.
Y así, en este ambiente de poesía y de color, se suceden los demás cuadros. Primero, el pueblo de fiesta que dice su regocijo en la música jubilosa de las flautas, las arpas y los tamboriles reidores. Luego el final trágico, el incendio que arrasa los trigales y las eras repletas, la muerte del indio campesino que perece entre las llamas que encendiera su mano, que ha consumado su venganza y se ha hecho justicia arrebatando lo suyo a quien quería arrebatárselo y que perece entre los haces de espigas que fueran su riqueza.
El poema termina doloroso y emocionante. Vibra en él el alma de los indios envilecidos y explotados, que sienten a ratos un estremecimiento de rebeldía, el alma de los indios que ha penetrado en la armonía pavorosa de la tempestad, alma rústica y sencilla, más propicia al amor que al odio.
Julio Baudouin teatraliza su argumento con vigor y precisión. Sus cuadros son de una perfección notable. Apenas si deficiencias de presentación escénica restaron, en las primeras representaciones, al desfile de la procesión de la Virgen, la belleza precisa. Este defecto, del que no tiene culpa el autor, ha sabido evitarse con acierto haciendo ese desfile ante la puerta de la choza, en el momento en que los protagonistas se arrodillan fervorosos.
Por lo demás, no existe nada saltante que merezca reproche. El lenguaje es hermoso y poético, pero no de exagerado lirismo. Baudouin ha tratado de huir de todo artificio y lo ha conseguido, porque es su obra de mucha sencillez y de mucha naturalidad campesina.
A nuestro juicio, La Cosecha supera a El Cóndor Pasa… que tan enorme éxito alcanzara. Hay mayor ambiente, mayor armonía, mayor originalidad y hasta, tal vez, mayor fuerza dramática. Serán muchos los que no piensen de este modo, pero serán únicamente los que necesitan escenas patéticas de sangre y de muerte para conmoverse; los que solo sienten la intensidad de un drama de pasión y violencia, a quienes no alcanza la belleza y armonía de tan robusto poema.
El público ha sabido premiar el esfuerzo de Baudouin con entusiasta aplauso, en que exterioriza también su simpatía y su apoyo por el teatro nacional que así se forma y caracteriza. Y nada más merecido que esta calurosa aprobación de las multitudes, porque la obra de Baudouin, entre otros méritos, reúne el de ser muy nacional, y hace esperar nuevas y más perfectas producciones teatrales en que se refleje, en sus distintos aspectos, la vida de los aborígenes y la dulce poesía de los cuadros andinos.
En la interpretación de La Cosecha se distinguieron la Sra. Obregón, Aristi y Monroy, que encarnó con mucha exactitud y gran verismo el tipo del gamonal déspota y ambicioso.
La música presta notable colorido a la obra, y es el mejor de sus números el de introducción, en que un hermoso motivo indígena evoca la infinita tristeza de esa raza oprimida y la grandeza panorámica de las serranías nevadas.
Obra fuerte, emocional, robusta de concepción y llena de colorido, es La Cosecha un sencillo poema campesino que en la escena adquiere singular relieve.
No hay en ella solo el retrato valiente y vigoroso de un estado social; hay también color y armonía, cuadro pintoresco y apacible de pueblecito andino, cálido idilio pastoral, ambiente de adormido y sonoroso paisaje en que vibra solo el clamor quejumbroso del ganado y el eco de la trompa del pastor.
Y es que Baudouin, aparte de ser un espíritu cultivado, observador y altruista, que aborda un serio problema patrio, es también un poeta, un sentimental, que sabe sentir el encanto imponderable de los panoramas campesinos y la melodía remota de los indios que tan bien expresa la melodía de sus quenas. Por eso en La Cosecha, junto al retrato de la vida miserable y rústica de los indios, palpita la tristeza de las serranías y la dolorosa aflicción de sus pobladores.
Es el cuadro primero un ambiente de primavera, de paz y florecimiento. Bajo los rayos del sol que se quiebran en sus haces, triunfa la armonía de oro del trigal, fecundo y rico. Suena la canción regocijada de los segadores que celebran La Cosecha y con La Cosecha el advenimiento de la fiesta de la Virgen protectora. Solo interrumpe la alegría de los campesinos, que cantan esta canción de primavera, la pesadumbre del indio cultivador que sabe que todo aquello es para el gamonal, para el amo déspota que otrora le brindara hipócritamente su protección fatal y maldecida. Del indio que siente que solo son suyos el esfuerzo, el trabajo, la tierra, el aliento generoso que la fecunda, que hace crecer el trigal y florecer las espigas, y que son ajenas la producción, los frutos que pródigamente le ofrece el suelo en retorno a los cuidados que le dedica.
No desmerece en belleza el segundo cuadro. En el interior de la choza del pobre indio, vibra la música lánguida de las serranías y hay parejas que danzan a su son. El dolor del indio se agiganta y, cuando el ultraje del amo lo hiere, bulle en su pecho el ansia de vengarse y de impedir que se le quite lo que es suyo únicamente. Son escenas plenas de colorido y fuerza dramática. Al final, suena un rumor de fiesta. Se acerca la procesión de la Virgen del pueblo, de la virgen buena y compasiva que da lluvias copiosas y evita las heladas. Los indios se postran en el umbral de la choza y murmuran sus plegarias quejumbrosas.
Y así, en este ambiente de poesía y de color, se suceden los demás cuadros. Primero, el pueblo de fiesta que dice su regocijo en la música jubilosa de las flautas, las arpas y los tamboriles reidores. Luego el final trágico, el incendio que arrasa los trigales y las eras repletas, la muerte del indio campesino que perece entre las llamas que encendiera su mano, que ha consumado su venganza y se ha hecho justicia arrebatando lo suyo a quien quería arrebatárselo y que perece entre los haces de espigas que fueran su riqueza.
El poema termina doloroso y emocionante. Vibra en él el alma de los indios envilecidos y explotados, que sienten a ratos un estremecimiento de rebeldía, el alma de los indios que ha penetrado en la armonía pavorosa de la tempestad, alma rústica y sencilla, más propicia al amor que al odio.
Julio Baudouin teatraliza su argumento con vigor y precisión. Sus cuadros son de una perfección notable. Apenas si deficiencias de presentación escénica restaron, en las primeras representaciones, al desfile de la procesión de la Virgen, la belleza precisa. Este defecto, del que no tiene culpa el autor, ha sabido evitarse con acierto haciendo ese desfile ante la puerta de la choza, en el momento en que los protagonistas se arrodillan fervorosos.
Por lo demás, no existe nada saltante que merezca reproche. El lenguaje es hermoso y poético, pero no de exagerado lirismo. Baudouin ha tratado de huir de todo artificio y lo ha conseguido, porque es su obra de mucha sencillez y de mucha naturalidad campesina.
A nuestro juicio, La Cosecha supera a El Cóndor Pasa… que tan enorme éxito alcanzara. Hay mayor ambiente, mayor armonía, mayor originalidad y hasta, tal vez, mayor fuerza dramática. Serán muchos los que no piensen de este modo, pero serán únicamente los que necesitan escenas patéticas de sangre y de muerte para conmoverse; los que solo sienten la intensidad de un drama de pasión y violencia, a quienes no alcanza la belleza y armonía de tan robusto poema.
El público ha sabido premiar el esfuerzo de Baudouin con entusiasta aplauso, en que exterioriza también su simpatía y su apoyo por el teatro nacional que así se forma y caracteriza. Y nada más merecido que esta calurosa aprobación de las multitudes, porque la obra de Baudouin, entre otros méritos, reúne el de ser muy nacional, y hace esperar nuevas y más perfectas producciones teatrales en que se refleje, en sus distintos aspectos, la vida de los aborígenes y la dulce poesía de los cuadros andinos.
En la interpretación de La Cosecha se distinguieron la Sra. Obregón, Aristi y Monroy, que encarnó con mucha exactitud y gran verismo el tipo del gamonal déspota y ambicioso.
La música presta notable colorido a la obra, y es el mejor de sus números el de introducción, en que un hermoso motivo indígena evoca la infinita tristeza de esa raza oprimida y la grandeza panorámica de las serranías nevadas.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 18 de junio de 1914.
Y en las Páginas Literarias, seleccionadas por Edmundo Cornejo Ubillús, Lima, 1985, pp. 122-125. ↩︎
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