4.1. La Vida Falsa
- José Carlos Mariátegui
1Modestamente, sin pretensiones, prescindiendo de exagerados reclamos, un joven literato, Enrique Maravoto, ha estrenado una bonita comedia, digna de ser aplaudida sin reservas.
Considerando al novel autor como un principiante en el teatro y teniendo en cuenta que los errores en que incurre en su obra, son fruto de su falta de experiencia, es justo declarar que La Vida Falsa deja de ser simplemente un ensayo y puede ser considerada como una felicísima iniciación, prometedora en su autor de obras más sazonadas y perfectas.
Hay en esa comedia notable observación, agilidad y soltura en el diálogo, sencillez y naturalidad en el lenguaje, y hasta alguna definición de caracteres. Falta, en verdad, precisión en movimiento de las escenas que a veces se desconectan con el argumento de la comedia, pero esto no constituye grave defecto, si, como dejamos dicho, se toma en consideración que se trata de un joven principiante y como tal inexperto.
Lo esencial, el conjunto de la obra, el matiz de sus escenas y el ambiente en que estas se desarrollan, están dados con precisión y hacen de La Vida Falsa, una comedia fina, movida, graciosa y de mucha tonalidad local.
En su intuición teatral, ya que no es posible afirmar conocimientos, Maravoto acertó aun al bautizar su producción inicial La Vida Falsa. Dice mucho este título de cuánto hay de artificial y mentido en los convencionalismos sociales y tiene este mérito enorme de su elocuencia aparte de su simpática eufonía.
El diálogo en el primer acto comienza fluido y ameno. Las frases con que se matiza comúnmente la charla familiar limeña, fluyen sin esfuerzo, intercaladas con chistes de buena factura y que si no son totalmente finos tienen la condición de ser muy limeños y prestar mucho colorido local a la comedia. Por desdicha, el diálogo se prolonga demasiado y, aunque no pierde su interés, detiene el movimiento de la comedia y aplaza notablemente el desenvolvimiento de la trama. Ha pasado mucho rato y el público que ha celebrado el ingenio y el colorido del diálogo, no se da aún cuenta de lo que es la obra. Aquí el defecto capital es la desconexión entre las escenas y el argumento, de que hablábamos más arriba, la falta de coherencia en que el autor no ha reparado ciertamente y que es justo señalarle. Luego se animan las escenas y subsistiendo a ratos la imperfección anotada, se desarrollan estas, ligeras e interesantes. El final del primer acto es de bastante efecto y se halla muy en caja, pareciéndonos solo un tanto atropellado, cosa en que tal vez cupo parte a los intérpretes.
En el segundo acto se conserva el interés que únicamente decae cuando el autor dilata los diálogos, los aparta de la trama y obscurece el desarrollo del argumento. Hay un desborde de ágil y sencilla verbosidad en los personajes, que no disgusta, pero que alarga la obra y contribuye a hacerla un poco pesada. El desenlace sobreviene oportuno, aunque tal vez se advierta cierta falta de naturalidad y cierto abolido rebuscamiento escénico.
Tiene La Vida Falsa el gran mérito de que no hay en ella abuso en el diálogo, de que este se distingue por su facilidad y fluidez y de que el autor ha huido acertadamente de toda afectación en el lenguaje. Ahí los personajes hablan con sencillez, sin pomposidades exóticas, sin acicalamientos literarios, ni donosuras de estilo, que serán todo lo bonitas que se quiera, pero que resultan muy poco teatrales cuando se retrata vida de familia y no son parte en la escena psicólogos de honda penetración y pronta y florida frase, sino gentes más o menos vulgares que hablan y sienten como se habla y se siente en la intimidad.
Solo en el final del acto segundo cae Maravoto en el defecto imperdonable de hacer pesado el diálogo, cuando pone en boca de dos de sus personajes discursos dilatados llenos de filosofías y moralejas que restan mérito a la escena terminal. Es un defecto que francamente censuramos y que, a nuestro modo de ver, desentona en la armonía del conjunto.
Se nota en La Vida Falsa marcada influencia de Benavente, pero esta se manifiesta solo en el diálogo. También se halla acentuada analogía entre varias de sus escenas —y aun su mismo asunto— y el argumento de una conocida y aplaudida obra española, pero esto atenúa en poco el valor de la comedia. Hay derecho para esperar que el novel autor adquiera personalidad y haga obra de teatro más original y más peruana.
Creemos que lo ante dicho basta para demostrar que se trata de una comedia meritoria que merece aprobación y que reclama estímulo para su autor. En él cuenta desde hoy el teatro nacional con un nuevo elemento. Su comedia La Vida Falsa es una obra de valía y su autor posee el gran mérito de ser modesto y haberse presentado sin pretensión alguna. Que es lo más digno de aplauso a nuestro juicio.
Considerando al novel autor como un principiante en el teatro y teniendo en cuenta que los errores en que incurre en su obra, son fruto de su falta de experiencia, es justo declarar que La Vida Falsa deja de ser simplemente un ensayo y puede ser considerada como una felicísima iniciación, prometedora en su autor de obras más sazonadas y perfectas.
Hay en esa comedia notable observación, agilidad y soltura en el diálogo, sencillez y naturalidad en el lenguaje, y hasta alguna definición de caracteres. Falta, en verdad, precisión en movimiento de las escenas que a veces se desconectan con el argumento de la comedia, pero esto no constituye grave defecto, si, como dejamos dicho, se toma en consideración que se trata de un joven principiante y como tal inexperto.
Lo esencial, el conjunto de la obra, el matiz de sus escenas y el ambiente en que estas se desarrollan, están dados con precisión y hacen de La Vida Falsa, una comedia fina, movida, graciosa y de mucha tonalidad local.
En su intuición teatral, ya que no es posible afirmar conocimientos, Maravoto acertó aun al bautizar su producción inicial La Vida Falsa. Dice mucho este título de cuánto hay de artificial y mentido en los convencionalismos sociales y tiene este mérito enorme de su elocuencia aparte de su simpática eufonía.
El diálogo en el primer acto comienza fluido y ameno. Las frases con que se matiza comúnmente la charla familiar limeña, fluyen sin esfuerzo, intercaladas con chistes de buena factura y que si no son totalmente finos tienen la condición de ser muy limeños y prestar mucho colorido local a la comedia. Por desdicha, el diálogo se prolonga demasiado y, aunque no pierde su interés, detiene el movimiento de la comedia y aplaza notablemente el desenvolvimiento de la trama. Ha pasado mucho rato y el público que ha celebrado el ingenio y el colorido del diálogo, no se da aún cuenta de lo que es la obra. Aquí el defecto capital es la desconexión entre las escenas y el argumento, de que hablábamos más arriba, la falta de coherencia en que el autor no ha reparado ciertamente y que es justo señalarle. Luego se animan las escenas y subsistiendo a ratos la imperfección anotada, se desarrollan estas, ligeras e interesantes. El final del primer acto es de bastante efecto y se halla muy en caja, pareciéndonos solo un tanto atropellado, cosa en que tal vez cupo parte a los intérpretes.
En el segundo acto se conserva el interés que únicamente decae cuando el autor dilata los diálogos, los aparta de la trama y obscurece el desarrollo del argumento. Hay un desborde de ágil y sencilla verbosidad en los personajes, que no disgusta, pero que alarga la obra y contribuye a hacerla un poco pesada. El desenlace sobreviene oportuno, aunque tal vez se advierta cierta falta de naturalidad y cierto abolido rebuscamiento escénico.
Tiene La Vida Falsa el gran mérito de que no hay en ella abuso en el diálogo, de que este se distingue por su facilidad y fluidez y de que el autor ha huido acertadamente de toda afectación en el lenguaje. Ahí los personajes hablan con sencillez, sin pomposidades exóticas, sin acicalamientos literarios, ni donosuras de estilo, que serán todo lo bonitas que se quiera, pero que resultan muy poco teatrales cuando se retrata vida de familia y no son parte en la escena psicólogos de honda penetración y pronta y florida frase, sino gentes más o menos vulgares que hablan y sienten como se habla y se siente en la intimidad.
Solo en el final del acto segundo cae Maravoto en el defecto imperdonable de hacer pesado el diálogo, cuando pone en boca de dos de sus personajes discursos dilatados llenos de filosofías y moralejas que restan mérito a la escena terminal. Es un defecto que francamente censuramos y que, a nuestro modo de ver, desentona en la armonía del conjunto.
Se nota en La Vida Falsa marcada influencia de Benavente, pero esta se manifiesta solo en el diálogo. También se halla acentuada analogía entre varias de sus escenas —y aun su mismo asunto— y el argumento de una conocida y aplaudida obra española, pero esto atenúa en poco el valor de la comedia. Hay derecho para esperar que el novel autor adquiera personalidad y haga obra de teatro más original y más peruana.
Creemos que lo ante dicho basta para demostrar que se trata de una comedia meritoria que merece aprobación y que reclama estímulo para su autor. En él cuenta desde hoy el teatro nacional con un nuevo elemento. Su comedia La Vida Falsa es una obra de valía y su autor posee el gran mérito de ser modesto y haberse presentado sin pretensión alguna. Que es lo más digno de aplauso a nuestro juicio.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 11 de mayo de 1914. ↩︎
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