1.1. Una entrevista a Carlos Octavio Bunge
- José Carlos Mariátegui
Su visita a Lima. –Guarda incógnito, pero los periodistas somos gentes muy indiscretas. – Cómo ‘posa’ ante el cronista y ante el fotógrafo. Primeras impresiones. – Mis ‘Cartas a X’. – Bunge, novelista. – Bunge, hombre de ciencia. – Bunge, poeta.1
Ha sido en el Hotel Maury. Me ha traído un colega periodista para presentarme a una de las más grandes personalidades de la ciencia y de las letras argentinas que se halla de paso en Lima. Es el señor don Carlos Octavio Bunge, autor de La Novela de la sangre, de Nuestra América y de muchos libros notables y que ha representado a su país en el Congreso Científico de Washington. Carlos Octavio Bunge guarda incógnito y esto hace más agradable e interesante la entrevista. Me olvido de que tendré que contar mi conversación con él en un artículo, me olvido de mi calidad de periodista y pienso sólo que soy un hombre que admira a Bunge y que va a tener el honor de estrechar su mano.
Me acompaña un joven jurisconsulto a quien la idea de tener un instante de charla amistosa con el gran maestro de derecho le enorgullece.
Breve espera. El secretario de Carlos Octavio Bunge nos hace el obsequio de su charla. Nos dice que el calor hostiga a Bunge en esos mismos instantes. El secretario es peruano y afable. Está percatado de la importancia de acompañar a un hombre ilustre.
Muy pocos minutos después, Carlos Octavio Bunge está delante de nosotros. El colega periodista que ha violado su incógnito y que le conoce ya, nos presenta al joven jurisconsulto y a mí. Bunge se exhibe cortés y ceremonioso.
Mi colega le dice que mi seudónimo es Juan Croniqueur y añade un elogio galante.
Carlos Octavio Bunge, dice entonces:
–Ya le conozco. En La Prensa de esta mañana he leído un artículo de usted.
Y me siento orgulloso. El colega periodista se retira. Quedamos solos con el ilustre argentino.
Mi amigo jurisconsulto inicia la charla, recordando las obras de Bunge, que ha leído. Se refiere a sus ideas sobre educación y le espolea con maña para que vierta algún concepto. Carlos Octavio Bunge nos ofrece puros. Yo no fumo y tampoco el abogado. Bunge enciende un puro y yo pienso que un cigarro puede propiciar una charla. Luego habla pausadamente, brevemente, concisamente. Yo le observo.
Carlos Octavio Bunge es un hombre joven, robusto y simpático. Hay en él poco del americano y mucho del europeo. Es alto y grueso. Tiene mirada vigorosa y serena. Y tiene firme y parsimoniosa la voz y elegante el ademán. Se adivina al catedrático, al hombre de ciencia que ilustra juventudes, que ofrece conferencias y que hace frecuente- mente la gimnasia de la dialéctica. Pero pugna por imponerse siempre el hombre de letras que pule la frase y busca la palabra armónica y fácil. Rápidamente me doy cuenta de que Carlos Octavio Bunge tiene la obsesión del buen estilo. Veo también en él al hombre que está convencido de que es ilustre y loable y advierto que escucha el elogio con la sonrisa cortés del que está habituado a oírlo.
Resucita en mí el periodista:
–¿Ha representado usted a la Argentina en el Congreso Científico Panamericano de Washington?
La pregunta es vulgar, pero precisa dentro de una interview periodística.
Bunge me contesta:
–No. El gobierno argentino designó a otras personas, entre ellas a Ingenieros.
Y hace una pausa teatral. pero evita la pregunta y agrega:
–Fue la Institución Carnegie la que me invitó especialmente al Congreso. Ya después se me consideró también como delegado argentino.
El abogado habla así:
–José Ingenieros ha estado en Lima recientemente.
Yo añado:
–Es un hombre admirable. Bunge asiente:
–Por cierto.
Luego la charla se desorienta y los tres decimos unas pocas trivialidades.
Yo interrogo:
–¿Tenía usted interés en conocer Lima?
Bunge me contesta por supuesto:
–Mucho. Mi viaje estaba arreglado por el Atlántico, pero mi anhelo de conocer esta parte de América me hizo alterar la ruta.
El abogado pronuncia una pregunta que hace cinco minutos juega en sus labios:
–¿Cree usted en la eficacia definitiva de la educación para modificar las tendencias del joven?
Bunge responde presto:
–Soy un poco pesimista. He escrito bastante sobre este punto y siempre he limitado esa eficacia.
El abogado hace otras preguntas semejantes y Carlos Octavio Bunge las atiende todas. A pesar de su trascendencia, el tema es simpático y ameno. Se me antoja que cuando Bunge habla de ciencias surge el hombre de letras y que cuando Bunge habla de letras surge el hombre de ciencia. En seguida confirmo mi observación.
El abogado dice:
–Preparo un ensayo de educación moral.
Carlos Octavio Bunge, que es muy cortés, le interrumpe:
–Se servirá usted enviármelo. Me será grato.
Ahora es al abogado a quien halaga la lisonja:
–Yo tendré un gran honor en remitirle un ejemplar.
Conversamos luego de literatura. Yo he traído la charla a este tema y le hablo a Bunge de la brillante legión de uruguayos y argentinos que prestigia las letras americanas. Me entero de que sus obras suman veintitrés volúmenes publicados. Luego le pregunto sobre su reciente producción literaria.
Carlos Octavio Bunge me dice:
–Tengo novelas inéditas. Las guardo. No las publico aún, porque las ediciones en la Argentina son caras y malas. Prefiero hacerlo en Francia o en España. Yo tengo un contrato con la casa Renacimiento.
–¿En el orden literario sólo ha escrito usted novelas? Bunge me responde:
–También he escrito versos. Formarán un libro.
Siguen otras preguntas y otras respuestas que no parecen de reportaje porque se refieren a un libro de versos.
–¿No ha publicado usted sus versos alguna vez?
–No. Mis versos están inéditos.
–¿Conoce usted alguna opinión sobre ellos?
–A mí me gustan. A muchos de mis amigos les parecen malos.
–¿Se advertirá en ellos al científico?
–No lo crea.
–¿Tienden a la filosofía? ¿Son vagos? ¿Son abstrusos? ¿Son esotéricos?
–Tampoco. Yo aventuro:
–En literato como usted, es muy posible que la obsesión del análisis, de la frase precisa, de las sensaciones exactas, borre al poeta.
Bunge aprueba:
–Es cierto. El exceso de análisis está en pugna con el arte de producir buenos versos.
Yo digo en seguida:
–Falta la inconsciencia del poeta. Vuelve a asentir:
–Es cierto.
La conversación con el abogado se reanuda. El abogado me roba a mi interlocutor para insistir en sus preguntas sobre derecho y otras cosas graves que yo no entiendo.
Entonces nos interrumpe un fotógrafo. Bunge no se sorprende, pero dice que hubiera preferido conservar el incógnito. Yo pienso que en el fondo le halaga que su eminencia le haga divulgable. El fotógrafo le reclama y Bunge nos pide permiso para salir a un corredor. Posa erguido y arrogante, con el gesto de quien está habituado a dejarse fotografiar.
Nos despedimos. Hay frases amables y apretones de manos.
Yo desciendo la escalera del hotel leyendo una tarjeta de Carlos Octavio Bunge que me dio su secretario. Dice así:
“Dr. C. O. Bunge. —De las Academias de Derecho y Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Fiscal de la Cámara de Apelaciones en lo criminal y correccional, Delegado de la Institución Carnegie en el II Congreso Científico Panamericano de Washington, Presidente de la Sección de Derecho Civil y Comercial en el Congreso Americano de Ciencias Sociales de Tucumán de 1916. Calle Villanueva, N° 1129- Buenos Aires”.
Yo pienso que esta tarjeta convence a cualquiera de que Carlos Octavio Bunge es un hombre ilustre.
Me acompaña un joven jurisconsulto a quien la idea de tener un instante de charla amistosa con el gran maestro de derecho le enorgullece.
Breve espera. El secretario de Carlos Octavio Bunge nos hace el obsequio de su charla. Nos dice que el calor hostiga a Bunge en esos mismos instantes. El secretario es peruano y afable. Está percatado de la importancia de acompañar a un hombre ilustre.
Muy pocos minutos después, Carlos Octavio Bunge está delante de nosotros. El colega periodista que ha violado su incógnito y que le conoce ya, nos presenta al joven jurisconsulto y a mí. Bunge se exhibe cortés y ceremonioso.
Mi colega le dice que mi seudónimo es Juan Croniqueur y añade un elogio galante.
Carlos Octavio Bunge, dice entonces:
–Ya le conozco. En La Prensa de esta mañana he leído un artículo de usted.
Y me siento orgulloso. El colega periodista se retira. Quedamos solos con el ilustre argentino.
Mi amigo jurisconsulto inicia la charla, recordando las obras de Bunge, que ha leído. Se refiere a sus ideas sobre educación y le espolea con maña para que vierta algún concepto. Carlos Octavio Bunge nos ofrece puros. Yo no fumo y tampoco el abogado. Bunge enciende un puro y yo pienso que un cigarro puede propiciar una charla. Luego habla pausadamente, brevemente, concisamente. Yo le observo.
Carlos Octavio Bunge es un hombre joven, robusto y simpático. Hay en él poco del americano y mucho del europeo. Es alto y grueso. Tiene mirada vigorosa y serena. Y tiene firme y parsimoniosa la voz y elegante el ademán. Se adivina al catedrático, al hombre de ciencia que ilustra juventudes, que ofrece conferencias y que hace frecuente- mente la gimnasia de la dialéctica. Pero pugna por imponerse siempre el hombre de letras que pule la frase y busca la palabra armónica y fácil. Rápidamente me doy cuenta de que Carlos Octavio Bunge tiene la obsesión del buen estilo. Veo también en él al hombre que está convencido de que es ilustre y loable y advierto que escucha el elogio con la sonrisa cortés del que está habituado a oírlo.
Resucita en mí el periodista:
–¿Ha representado usted a la Argentina en el Congreso Científico Panamericano de Washington?
La pregunta es vulgar, pero precisa dentro de una interview periodística.
Bunge me contesta:
–No. El gobierno argentino designó a otras personas, entre ellas a Ingenieros.
Y hace una pausa teatral. pero evita la pregunta y agrega:
–Fue la Institución Carnegie la que me invitó especialmente al Congreso. Ya después se me consideró también como delegado argentino.
El abogado habla así:
–José Ingenieros ha estado en Lima recientemente.
Yo añado:
–Es un hombre admirable. Bunge asiente:
–Por cierto.
Luego la charla se desorienta y los tres decimos unas pocas trivialidades.
Yo interrogo:
–¿Tenía usted interés en conocer Lima?
Bunge me contesta por supuesto:
–Mucho. Mi viaje estaba arreglado por el Atlántico, pero mi anhelo de conocer esta parte de América me hizo alterar la ruta.
El abogado pronuncia una pregunta que hace cinco minutos juega en sus labios:
–¿Cree usted en la eficacia definitiva de la educación para modificar las tendencias del joven?
Bunge responde presto:
–Soy un poco pesimista. He escrito bastante sobre este punto y siempre he limitado esa eficacia.
El abogado hace otras preguntas semejantes y Carlos Octavio Bunge las atiende todas. A pesar de su trascendencia, el tema es simpático y ameno. Se me antoja que cuando Bunge habla de ciencias surge el hombre de letras y que cuando Bunge habla de letras surge el hombre de ciencia. En seguida confirmo mi observación.
El abogado dice:
–Preparo un ensayo de educación moral.
Carlos Octavio Bunge, que es muy cortés, le interrumpe:
–Se servirá usted enviármelo. Me será grato.
Ahora es al abogado a quien halaga la lisonja:
–Yo tendré un gran honor en remitirle un ejemplar.
Conversamos luego de literatura. Yo he traído la charla a este tema y le hablo a Bunge de la brillante legión de uruguayos y argentinos que prestigia las letras americanas. Me entero de que sus obras suman veintitrés volúmenes publicados. Luego le pregunto sobre su reciente producción literaria.
Carlos Octavio Bunge me dice:
–Tengo novelas inéditas. Las guardo. No las publico aún, porque las ediciones en la Argentina son caras y malas. Prefiero hacerlo en Francia o en España. Yo tengo un contrato con la casa Renacimiento.
–¿En el orden literario sólo ha escrito usted novelas? Bunge me responde:
–También he escrito versos. Formarán un libro.
Siguen otras preguntas y otras respuestas que no parecen de reportaje porque se refieren a un libro de versos.
–¿No ha publicado usted sus versos alguna vez?
–No. Mis versos están inéditos.
–¿Conoce usted alguna opinión sobre ellos?
–A mí me gustan. A muchos de mis amigos les parecen malos.
–¿Se advertirá en ellos al científico?
–No lo crea.
–¿Tienden a la filosofía? ¿Son vagos? ¿Son abstrusos? ¿Son esotéricos?
–Tampoco. Yo aventuro:
–En literato como usted, es muy posible que la obsesión del análisis, de la frase precisa, de las sensaciones exactas, borre al poeta.
Bunge aprueba:
–Es cierto. El exceso de análisis está en pugna con el arte de producir buenos versos.
Yo digo en seguida:
–Falta la inconsciencia del poeta. Vuelve a asentir:
–Es cierto.
La conversación con el abogado se reanuda. El abogado me roba a mi interlocutor para insistir en sus preguntas sobre derecho y otras cosas graves que yo no entiendo.
Entonces nos interrumpe un fotógrafo. Bunge no se sorprende, pero dice que hubiera preferido conservar el incógnito. Yo pienso que en el fondo le halaga que su eminencia le haga divulgable. El fotógrafo le reclama y Bunge nos pide permiso para salir a un corredor. Posa erguido y arrogante, con el gesto de quien está habituado a dejarse fotografiar.
Nos despedimos. Hay frases amables y apretones de manos.
Yo desciendo la escalera del hotel leyendo una tarjeta de Carlos Octavio Bunge que me dio su secretario. Dice así:
“Dr. C. O. Bunge. —De las Academias de Derecho y Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Fiscal de la Cámara de Apelaciones en lo criminal y correccional, Delegado de la Institución Carnegie en el II Congreso Científico Panamericano de Washington, Presidente de la Sección de Derecho Civil y Comercial en el Congreso Americano de Ciencias Sociales de Tucumán de 1916. Calle Villanueva, N° 1129- Buenos Aires”.
Yo pienso que esta tarjeta convence a cualquiera de que Carlos Octavio Bunge es un hombre ilustre.
JUAN CRONIQUEUR
Referencias
-
Publicado en La Prensa, Lima, 1 de marzo de 1916. ↩︎
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