1.3. Lecturas Amenas

  • José Carlos Mariátegui

Los badauds de París1  

         En todas partes cuecen habas y en todas partes hay tontos. No es, pues, de extrañar que haya muchos en París, sobre todo teniendo en cuenta que, según recientes estadísticas, hay en Europa un tonto por cada seis listos. Ahora bien, en los países donde el comercio no ha llegado a su completo desarrollo, se trafica con los productos de la tierra o de la industria; pero en París y otras grandes capitales, en que está casi agotado todo, los más listos, cuando no pueden con otra cosa trafican con la tontería humana, verdadero “manantial que no se agota”.
         Esto, claro está, no es un descubrimiento mío; es un Mediterráneo descubierto hace años. Lo que no lo estaba es una de las formas de este comercio, que un diario parisién acaba de comunicar a sus lectores.
         Con frecuencia un bon bourgeois atraviesa lentamente el Puente Nuevo o cruza con toda su burguesa tranquilidad la plaza de Vendôme, y cuando más abstraído se halla en sus pensamientos, se le acerca un joven pálido, algo tembloroso, ojos brillantes, gestos rápidos, y mientras dirige sus miradas a todas direcciones, enseña al paseante un reloj de oro, una sortija, un monedero, indicando, acto seguido, el precio: seis francos, diez.
         El perfecto badaud se da cuenta inmediatamente de lo que se trata. La palidez intensa del vendedor, su intranquilidad manifiesta y la rapidez con que trata de operar le indican claramente que la mercancía es robada, y, por consiguiente, la seguridad de comprar por poco dinero un buen regalo para madame o una buena joya con que epatar à maître Jacques, al señor maître del pueblo. Y de cien casos, en los noventa y nueve compras hechas.
         Pues bien, el tal individuo opera en París y en pleno día con toda la tranquilidad, y, según asegura quien ha tenido la paciencia de seguirlo asiduamente, realiza pingües beneficios. Y la policía ¿qué hace en París? dirá el lector: ¿Por qué no le prende? ¡Ah! Pues, porque no puede. El tal sujeto no es más que un comerciante que “compra” y vende sus géneros y, además, es un gran cómico que se caracterizará a la perfección. No dice nada, no hace el artículo hablado; con el gesto y un perfecto “maquillaje” lo indica y el badaud compra, sin tener derecho a llamarse a engaño, cuando luego se encuentra con que ha comprado el género pagándolo más de lo que vale. Para algo vale el saber representar una escena de Novelli.
         En cierto modo el origen de tal comerciante se parece al de un curandero de París, cuya clientela llegó a ser tan numerosa y tan grande fue su fama que el colegio de médicos le llevó a los tribunales.
         Llegó el día del juicio sin que el buen hombre hubiese negado ni afirmado nada durante el sumario, por lo cual el numeroso público que llenaba la sala daba por descontada su condena. Terminadas las declaraciones de los testigos y probado ya claramente que ejercía la medicina cobrando honorarios, preguntó el presidente al acusado:
         –¿Tiene usted algo que agregar?
         –Sí, señor presidente.
         –Pues sírvase manifestarlo.
         –Que soy doctor en medicina.
         Y acto seguido sacó de su bolsillo el título de doctor expedido en París y con la brillante calificación de “sobresaliente”.
         El tribunal y el público quedaron estupefactos. Pero el acusado explicó su conducta, diciendo al presidente:
         –Mientras ejercía la medicina como tal, doctor, nadie vino a consultarme. Estudié mejor la psicología de este pueblo, me hice pasar por curandero y, en verdad, no he tenido que arrepentirme.
         El tribunal lo condenó a un franco de multa con derecho a apelación, y así terminó el juicio.
         Pero también se acabó la clientela: la gente no quiso consultarlo más al saber que ejercía legalmente.
         “Infinitus est numerus…"


J. C.

Referencias


  1. Publicado en La Prensa, Lima, 08 de mayo de 1911. ↩︎