1.12. Contigo, lectora

  • José Carlos Mariátegui

Causerie1  

         Más a la amistosa instancia de quienes redactan esta revista, que a la seducción de tornarnos en comentadores de cosas femeniles y como tales en confidentes y amigos tuyos, debes, lectora, nuestro asentimiento a charlar en esta página contigo. Hemos de declarártelo, francamente, en obsequio a la sinceridad que para ti nos prometemos y sin que nos merezca consideración el temor de no parecer galantes.
         Y no es que nos seduzca poco el tener que escribir para tan amble público femenino, sino que tememos demasiado no saber dar a estas crónicas la ligera, la risueña amenidad con que quisiéramos regalarte. Nos asusta la posibilidad de que nuestra plática no te sea amena y, al contrario, te parezcan demasiado serias, cansadas y empalagosas nuestras divagaciones, y no baste toda nuestra voluntad y todo nuestro esfuerzo para ofrecerte algo digno de reclamar tu atención y exigir de tus ojos inquisidores y coquetones el milagro de detenerse en estas líneas.
         Porque para nosotros, lectora, lo sesudo, lo meditativo, lo grave, no debe tener cabida en cabecitas hechas para albergar ilusiones y ensueños volanderos, y amamos tanto a las que solo saben de la coquetería y la frivolidad como detestamos a las que tienen el mal gusto de engolfarse en el estudio de problemas tremendos y en la solución de áridas y groseras cuestiones.
         Seguros estamos, lectora, de que tú gustas más de la delicadeza de una página de Prevost, de la distractora variedad de una revista de modas, del encanto del flirt, de una novela de amoríos y de un poema idílico, que de cualquier tópico tan profundo como antipático del feminismo que quiere robar a las mujeres el natural encanto de su frivolidad y de su gracia y tornarlas en austeras tenedoras de libros o en grandílocuas oradoras de plazuela.
         A cualquier espíritu cultivado y sentimental, que ame la armonía de las cosas humanas, ha de ser, por supuesto, más sugestiva la figura de una midinette parisina que la de una sufragista londinense, desgreñada, rabiosa, de aquellas que se lanzan a la conquista del voto femenino por los medios más inverosímiles y violentos.
         Sinceramente, nos indigna que las mujeres renuncien a su alta condición social para buscar la concesión de un derecho tan prosaico y tan grosero como el del sufragio, que entre otras virtudes tendría la de confundirlas en las bulliciosas explosiones partidaristas de la plebe.
         Felizmente para nosotros, lectora, todas aquellas teorías del sufragismo y del feminismo serán por mucho tiempo en nuestro medio cosas exóticas, insuficientes para entusiasmar a las mujeres limeñas que saben cómo valen más su gracia, su donaire y su elegancia que todas las conquistas del feminismo imaginables.
         A veces, amable lectora, se nos ocurre y, no sin razón, que la inventora de las más antipáticas de estas teorías, debe haber sido alguna nurssy y fea que jamás saboreó el halago de un requiebro, o alguna cuarentona calabaceada. Y es muy probable que cuando así pensamos estemos en lo cierto.
         Porque, es indudable, ninguno de los derechos conquistables puede significar más para la mujer que la hermosura y la gracia. Si nos permitimos inquirir en la razón de ser de la mujer en la naturaleza, seguramente nos convenceremos de que no es otra que la que motiva la existencia de las flores, de todo lo bello y de todo lo armónico. La gracia y la belleza son en la mujer tan valiosas como inútiles la sabiduría y el dominio de las ciencias políticas. Una mujer hermosa vale más, para este cronista por lo menos, que una docena de sabios viejos y apergaminados, no por exceso de sentimentalismo, sino por extremado culto a la BELLEZA, supremo bien de la vida. Si no existiesen mujeres bellas y graciosas no se habría producido la guerra titánica de Troya y no tendríamos, en consecuencia, la epopeya de Homero; Dante, sin Beatriz, se habría dedicado seguramente a catedrático de astrología o de latín, y ni Cervantes habría escrito el Quijote porque le habría faltado Dulcinea.
         El poeta exquisito de las rimas, que tan bien comprendió estas cosas, dijo ya:
         “Mientras exista una mujer hermosa habrá poesía”.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. Publicado en Mundo Limeño, Nº 1, pp. 12-13, Lima, 21 de junio de 1914. ↩︎