3.1.6. Cuadro Cuarto
- José Carlos Mariátegui
Don Javier, Don Fernando, Don Jaime Alcántara, Doña Isabel, Dama 1ra, Dama 2da y coro.
DON JAIME.— Es amable y galante vuestra fiesta
D. FERNANDO.— No dejaría nunca de serlo con tal ama de casa.
DON JAVIER.— Es tan sólo amistad y nobleza que se respira en mi morada.
DOÑA ISABEL.— Pero don Jaime no ha querido esta noche contarnos charadas y aventuras. ¡Don Jaime, por Dios!…
DON JAIME.— Si os place, no seré yo quien me niegue a entreteneros.
DOÑA ISABEL.— Comenzad ya que nos será muy grato escucharos.
DAMA 1ª— Comenzad, don Jaime.
DAMA 2ª— Que diga un epigrama.
DAMA 3ª— Una aventura de amor…
DON JAIME.— ¡Oh, no os podré complacer a todos! Bien sé que os divierten mis pláticas; tienen ellas un sabor tan fuerte de vejez y antigualla que no he querido hablar hasta ahora por temor de cansaros. Ya conocéis demasiado mis historietas, mis anécdotas y casi no sé qué de nuevo contaros. Pero quiero obedeceros. Y tú, curiosa chiquilla, has acertado: voy a contar una adivinanza (Don Fernando junto a doña Isabel la atiende mimoso y ella le escucha pensativa).
TODOS.— Sí, sí, una adivinanza.
DON JAIME.— Oíd mi adivinanza:
¿Cuál es la extraña flor
que siendo la alegría
también es el dolor?
Es enigma, es misterio,
es pena y es dolor,
es manantial de dichas
y nos mata de sed.
DON JAIME.— No sé señor, no sé cuál es.
No saben comprender
no pueden responder.
DON JAIME.— ¿Os dais por vencidos?… ¿No se os alcanza?
DOÑA ISABEL.— No acierto.
DON JAVIER.— Habéis sido enigmático.
D. FERNANDO.— Os lo voy a explicar yo… (todos le rodean) os lo voy a explicar yo… después de haber cenado… (todos ríen).
DON JAVIER.— Tiene razón don Fernando. Debemos cenar ya. (A los invitados, señalándoles la puerta derecha, en primer término). Pasemos que la cena espera.
DON JAIME.— Os concedo a todos este plazo.
DON JAVIER.— Pasad, amigos míos.
(Todos, menos Don Fernando y Dona Isabel, hacen mutis por la puerta derecha. Don Fernando detiene a Isabel con la frase de la siguiente):
D. FERNANDO.— Quiero hablaros, Isabel. Os suplico que os quedéis un momento.
DOÑA ISABEL.— ¿Ahora?… Nos echarán de menos.
D. FERNANDO.— Perdonadme, señora, no quiero deciros nuevamente que os amo demasiado; os lo he repetido tanto, pero quiero saber, quiero descifrar vuestra actitud. ¿No os conmueve en nada el fuego de mi pasión? ¿Seguís, señora, impasible?
DOÑA ISABEL.— Dejadme, don Fernando. No ganaréis nunca de este modo el corazón de una dama.
D. FERNANDO.— Doña Isabel, no puedo soportar más vuestros desdenes; ya os he dicho mi amor; por vos me batí con don Ramiro y le he vencido, ¿qué esperáis? ¡Soy el amo!
DOÑA ISABEL.— Pensáis haber ganado mi corazón venciendo a don Ramiro. ¿Sabéis acaso si la herida que en su pecho habéis abierto es la misma que habéis abierto en el mío?
D. FERNANDO.— No es cierto, queréis torturarme ahora con la idea de que amáis a don Ramiro. Sois cruel, decidme que mentís.
DOÑA ISABEL.— Oh, dejadme, dejadme…
D. FERNANDO.— No puede ser, no podéis amarlo; herido en el duelo le recibieron los brazos de doña Mercedes la Loca, de una perdida… Ella ha restañado su sangre, ella… ella lo ama, ya lo sabéis.
DOÑA ISABEL.— No me atormentéis. Dejadme. Mi padre puede venir.
D. FERNANDO.— Sí, esa mujer lo cobija en su casa. Don Ramiro os ha olvidado. Os olvida en brazos de doña Mercedes la Loca, de su barragana y es ella la que ansiosa y amante cicatriza con sus besos la herida que le hizo mi espada. ¿Lo seguiréis amando así?
DOÑA ISABEL.— No, no os puedo creer. ¡Me decía tan infinita su pasión!
D. FERNANDO.— Mentira. Nunca os ha amado y aunque os amara, vos tenéis que rechazarlo. No existe don Ramiro para vos; mi espada le ha quitado del medio. ¡Soy el amo!
DOÑA ISABEL.— ¡No existe don Ramiro!… (dudando)
D. FERNANDO.— (acariciándole las manos. Doña Isabel se abandona) ¡No existe! Vos no podéis amarlo. Seréis mía. Seréis mía.
DOÑA ISABEL.— ¡No existe!
(Se escucha dentro un motivo de serenata).
¡Es él!
D. FERNANDO.— Imposible.
DOÑA ISABEL.— Es él que llega a mi umbral.
D. FERNANDO.— ¿A qué viene? Lo he vencido y no tiene derecho a volver.
DOÑA ISABEL.— ¡Ah, me ama!
D. FERNANDO.— Debí matarlo. ¡Oh, mi vieja tizona toledana que no ha sabido herir el corazón!
DOÑA ISABEL.— (avanzando hacia el balcón). ¡Él es, que me ama!
DON RAMIRO.— Señora mía, llego a vos devoto a rendiros homenaje.
D. FERNANDO.— ¿Habéis curado ya?
DON RAMIRO.— Lo bastante para cantar una endecha al pie del balcón de doña Isabel… Pero, señora, ¿no me contestáis, no me respondéis nada?… Cuando sentí en mi pecho el frío del acero, mi pensamiento voló hasta vos y desde entonces sólo he tenido el anhelo de veros.
D. FERNANDO.— Pronto os han devuelto la salud los cuidados y el cariño de doña Mercedes.
DON RAMIRO.— ¡Don Fernando!…
D. FERNANDO.— Contestadme, don Ramiro.
DOÑA ISABEL.— (por Ramiro, que calla) Sois vos ahora quien calla.
DON RAMIRO.— No penséis mal de mí, Isabel. Sabed solo que os amo y que os amaré siempre y que hoy, con más fe que nunca, quiero consagraros mi vida.
D. FERNANDO.— Callad ¿olvidáis que os he vencido? Doña
Isabel es mía. Y si no os bastan mis palabras, de nuevo mi espada os quitará del medio. Marchaos, don Ramiro (amenazándolo).
DOÑA ISABEL.— No se irá por vuestra orden. Acordaos que estáis en mi casa.
D. FERNANDO.— ¡Isabel! ¿Vos me habláis así? ¿Olvidáis mi amor?… ¡Oh, contestadme! (Isabel permanece muda cerca de don Ramiro) ¿Calláis?… ¡Oh, es muy larga y lacerante esta lucha… No me amáis. ¿Debo dejaros? ¿Debo abandonaros al caballero a quien venció mi espada? En fin, os invito, don Ramiro, a una última prueba. La suerte va a decidirlo. Siempre fie a la suerte los mayores problemas de mi vida. No hay nada más valiente ni más propio de don Fernando, el Aventurero. Un dado o una ficha que decida… Don Ramiro, os invito a jugar el amor de doña Isabel en un partido de damas.
DOÑA ISABEL.— ¿Mi amor?
D. FERNANDO.— Sí, señora, quiero probaros que si con la espada derroté a vuestro galán, también le venceré en el juego. Noble soy. Acercaos, don Ramiro… (Lo invita a la mesa de juego).
DON RAMIRO.— Acepto el reto.
D. FERNANDO.— Es la última prueba. Si la suerte me es adversa, me marcharé muy lejos y haré por olvidar…
DON RAMIRO.— Bien está. El amor triunfará. La suerte será justa.
DOÑA ISABEL.— El amor triunfará.
(Melopea en la orquesta. Dispónense a jugar. Doña Isabel asiste anhelante al desafío desde un extremo de la mesilla de juego).
D. FERNANDO.— ¡Una victoria más!
DOÑA ISABEL.— Dios no lo quiera.
DON RAMIRO.— Es vano empeño. La partida es mía.
D. FERNANDO.— Jugad, jugad… (Movimiento apresurado de las fichas).
DOÑA ISABEL.— ¡Por mi amor!
DON RAMIRO.— Probad a vencerme ahora.
D. FERNANDO.— Aún no he perdido.
DOÑA ISABEL.— ¡Señor!
DON RAMIRO.— He vencido al caballero.
D. FERNANDO.— (poniéndose de pie; dolorosamente)
Me habéis vencido.
Siento que la suerte me deja.
Esta es la vez primera que a Fernando
Roldán se vence en una lucha.
Y me parece hoy vieja
mi historia de aventuras de hidalgo
capitán.
Cumpliré mi palabra.
Me iré a Nueva Granada.
Viviré mis recuerdos de amante
paladín,
cuando a todo vencía mi arrogancia y
mi espada
y mi vida era una aventura sin fin.
Y tal vez algún día que me invada
el hastío
añoraré muy triste otro día mejor
pensaré en el lejano y fatal desafío
que me dijo mi ocaso.
DOÑA ISABEL.— ¡Ha vencido el amor!
DON RAMIRO.— ¡Ha vencido el amor!
DON JAVIER.— (a don Ramiro). ¿Vos aquí?… ¿Qué ha pasado?
(a don Fernando) ¿Y vos os vais? No comprendo.
D. FERNANDO.— Contaré lo acontecido en breves frases.
DON JAVIER.— No entiendo.
D. FERNANDO.— (Suena una melopea en la orquesta).
Un galante caballero
que fue siempre aventurero,
que fue siempre vencedor
sintió un día en su sendero
el flechazo del amor.
Se detuvo el caminante
el caballero galante
de la espada y el airón
se olvidó de que era errante
y escuchó a su corazón.
El guerrero enamorado
se acercó a su bien amado
quiso tener un hogar
soñó vivir reposado
hacer alto y descansar.
Enamorado, soñaba
que una vez más triunfaba
fiaba en hacerse amar
el caballero ignoraba
que se confiaba al azar.
No sabía el errabundo
que era sólo un vagabundo
un audaz conquistador
y tras no tener segundo
lo venciera un trovador.
¿Fue agorera la tapada,
la misteriosa embozada
que su requiebro burló?
¿Fue agorera la tapada
cuando viejo lo llamó?
Hoy regresa el caballero
a su mísero sendero
lacerado en su dolor,
vuelve a ser aventurero
y se parte con dolor.
DON JAVIER.— (a Ramiro). ¿Sin mi perdón habéis vuelto?
DON RAMIRO.— Os lo imploro.
DOÑA ISABEL.— Es mi querer.
DON JAIME.— Mi adivinanza ha resuelto
esta escena, don Javier.
Es el amor que ha vencido
después de tanto dolor.
Ha llegado el bendecido
instante en que es triunfador.
TODOS.— Ha triunfado de todo
el amor
amor redentor
que borrará el dolor.