2.16. El Match

  • José Carlos Mariátegui

 

         1Acodado sobre la baranda de la tribuna, junto a Miss Mary, Mr. Edwin se sintió asaltado por un convencimiento grave. Se había enamorado definitiva y profundamente de Miss Mary que estaba ahora a su lado embriagándole con la ingenua alegría maligna que tenía en el bridge, en el baile, en la equitación, en el skating. Para un hombre tan serio y displicente, el amor era un fracaso. Iba a efectuarse después de la carrera inmediata un match entre Pick, el potrillo invicto de Mr. Edwin, y Flirt, el potrillo caprichoso de Miss Mary. Pick era disciplinado, trabajador, honesto. Flirt era desigual, voluble, mañoso. Pick y Flirt tenían, respectivamente, algo del espíritu de sus amos. Y en este momento Miss Mary se reía de la confianza de Mr. Edwin en el triunfo de Pick. Le discutía llena de locuacidad, de disfuerzo y de gracia. Se encendía entre ambos un debate complicado y ardoroso. Mr. Edwin amaba a su caballo. Tenía puesto todo su orgullo en él y en sus aptitudes deportivas. Se rebelaba contra la arrogancia de Miss Mary, que había sido tantas veces su adversario en el tenis, en el bridge y en el skating.
         —Pick no ganará hoy —afirmó Miss Mary.
         —Flirt no ganará hoy —respondió Mr. Edwin.
         La porfía continuó irreconciliable.
         Mr. Edwin mantenía su aseveración pundonorosa y se olvidaba por un momento de la ingrata constatación de su amor por Miss Mary. Miss Mary no era en este momento su amada. Era su rival. Miss Mary y él no eran una dama y un caballero que flirteaban, sino dos turfistas que iban a disputarse un mismo premio y un mismo honor.
         Miss Mary le propuso una apuesta a Mr. Edwin. Quería ganarle a Sire, su admirable caballo de paseo. Como estaba segura de que Flirt vencería a Pick podía apostarle cualquier cosa. Mr. Edwin se sonrió convencido de que Miss Mary se engañaba. Sintió muy cerca de su alma la sonrisa terrible de Miss Mary y puso los ojos en el disco lejano de la meta para decirle que apostaba a Sire, su admirable caballo de paseo, contra un beso. Mr. Edwin cerró los ojos cuando Miss Mary le respondió aceptando la apuesta.


 

         El match había adquirido para Mr. Edwin nuevos motivos de interés. Su orgullo de sportsmen y de jugador había recibido un estímulo singular. Era su empeño conquistar un beso de Miss Mary, coqueta y maligna, gracias a las excelencias de su caballo Pick.
         Mr. Edwin y Miss Mary hablaron con sus jockeys en el paddock. Fueron breves las palabras que ambos les dirigieron. El público los seguía con la mirada y pensaba que Mr. Edwin y Miss Mary instruían a sus jockeys para el seguro éxito de la carrera.


 

         El invicto caballo Pick, de la familia número 2, medio hermano de Galop ganador de las Dos Mil Guineas en Epsom, jineteado por Perry, fue el vencedor del match. No le sorprendió al público este resultado. Había alguna confianza en Flirt. Pero se sabía de él cuán caprichoso y raro era. Pick fue el favorito del sport. Una gran ovación sonó cuando Pick traspuso la meta. Y Mr. Edwin fue retratado llevando de la brida a Pick.
         Miss Mary perdió en la carrera quinientas libras jugadas en el sport después de haber concertado su apuesta con Mr. Edwin.


 

         El príncipe Istar y Gaby Storn eran jugadores impenitentes. El príncipe se nirvanizaba acodado en la mesa de bacarat. La fortuna le era habitualmente propicia. Pero como la fortuna es veleta se tornó un día en su enemiga. Y desde ese día el príncipe Istar comenzó a perder en el bacarat tanto como en su amante Gaby que tenía palacio, coche, automóvil y otros regalos que afectaban seriamente la fortuna de su amigo.


 

         Esta vez Mr. Edwin estaba acodado no sobre la baranda de una tribuna del hipódromo sino sobre la baranda de un yate. Pero nuevamente estaba junto a él Miss Mary que no era ya Miss Mary sino Mrs. Edwin. Mr. Edwin y Miss Mary miraban al mar. Se habían casado un mes antes a consecuencia del beso ganado por Mr. Edwin gracias a su caballo Pick.
         Mr. Edwin estaba muy contento de haber ganado un beso y una esposa en una carrera de caballos. Estaba extraordinariamente orgulloso de Pick. No había para él en todo el mundo un caballo mejor que Pick. Pronunciaba el nombre de Pick en todos los instantes en que la ternura de la luna de miel le hacía sentir que era muy dichoso.


 

         Era de noche y Mr. Edwin y su esposa estaban callados. Mr. Edwin interrumpió de pronto este silencio para hablar de Pick. Amorosamente, le preguntó a Mary cómo se encontraría Pick lejos de su cuidado y de su solicitud.
         Y Mary se rio y habló de esta manera:
         —Pick no ganó lealmente. Yo le ordené al jockey de mi Flirt que perdiera. Flirt habría ganado de otro modo. Yo quería que tú me vencieras. No tienes que amar pues a Pick sino a mí únicamente. Por despistarte yo jugué quinientas libras y las perdí. Yo te quería desde antes de que Pick ganase la carrera.
         Mary se quedó esperando la frase y la caricia agradecidas de su marido. La confesión pronunciada iba a hacer culminar seguramente la ternura de la luna de miel. Mary estaba risueña y dulce como nunca.
         Pero Mr. Edwin no hizo lo que Mary esperaba. Se apartó de su mujer como si le hubiera hecho una revelación fatal. Se sintió confundido por un golpe terrible. Había sufrido una desilusión. Él habría deseado deber el beso, el amor y la boda a Pick. Y no era así. Mary lo había engañado. Mary había apelado a una trampa. Mary había jugado con él sin hidalguía. Mary no merecía su cariño. Pick no era un gran caballo.
         Sorprendida Mary tendió los brazos a su marido y le dijo:
         —¡Oh! ¡Qué te pasa!
         Mr. Edwin la rechazó con una mano y le dijo gravemente:
         —Miss Mary, usted no es una sportwoman pundonorosa. Usted no ha jugado honradamente.
         Y le volvió las espaldas dejándola sola en la cubierta del yate.

JUAN CRONIQUEUR


Referencias


  1. En El Turf, Nº 72, pp. 2-4, Lima, 16 de mayo de 1917. ↩︎